Las 3 cosas que aprendí de mi gato

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Foto:  Vero Altamirano
Foto: Vero Altamirano

Quizá a muchos de a ustedes no les gusten los gatos y no los culpo suelen ser un poco raros la verdad. Mi primer acercamiento que tuve realmente con uno fue cuando, por circunstancias de la vida, llegué a vivir a un departamento con tres colombianos, un francés y un español. El español era el gato. Un poco viejito y huraño se la pasaba por la casa dándote sustos cuando menos te lo esperabas saltándote encima mientras veías la televisión. La verdad es que yo pasaba muy poco tiempo en ese departamento y por ende con el gato. Si lo llegué a acariciar 3 veces fueron muchas, pero fue hasta que dejé ese departamento y regrese a casa de mi madre cuando me di cuenta que extrañaba al gato huraño español y así fue como dejé que llegara a mi vida Dalí, mi gatito gordo.

Hay un montón de cosas que aprendes de un gato desde que lo tienes como un pequeño minino y he aquí la primera lección:

«El más pequeño de los mininos sólo necesita una semana para apoderarse de una casa y de sus habitantes» Pam Brown

No pude encontrar otra cosa más cierta, si bien Dalí se la pasó llorando abajo del sillón por unos cuantos días, al pasar del tiempo más me tardé yo en acostumbrarme  a que él estaba por ahí que de lo que él se tardo en adecuar la casa a sus necesidades perfectamente.

Sin darme cuenta ya sabía qué lugar del sillón no usar por que era el lugar preferido del señor del hogar. Hasta las visitas respetaban el espacio, se ganaba el respeto con sus lindos ojitos y sus ruiditos de gato consentido. Pero para no hacerlo más lagro les diré 3 cosas que aprendí de Dalí, mi gato. Concisas y precisas.

1. Observar

Nunca he visto a mi gato salir sin antes observar el panorama y poner principal atención en las posibles amenazas. No tengo claro si Dalí tiene todo fríamente calculado pero tampoco me sorprendería.

2. Independencia

Una de las cosas por las que decidí tener un gato fue por que no le tenía que dedicar tanto tiempo como el que se le da a un perro. Basta con dejarle su comida, bebida y de rascarle la panza cada que le apetece, que suele no ser muy seguido. La manera en que se desenvuelve en la casa y ahora jardín, propio y hasta de los vecinos es de forma delicada, cautelosa e independiente. Él decide cuándo y a qué hora del día y si uno simplemente no se le antoja puede quedarse dormido donde más le venga en gana.

3. Dormir acompañado siempre es mejor

Puede que lleve varias horas fuera de casa pero a la hora de buscar un lugar para dormir irremediablemente llegará a hacerme compañía y yo inmediatamente le asigno calentarme los pies, tarea que le gusta desempeñar y logra a la perfección.

 

 

Vero Altamirano

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