Editorial | La guerra invencible

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Hace setenta años, por esta fechas, acababa la llamada segunda guerra mundial. Faltaban pocos meses para que los Estados Unidos cometieran el crimen atroz e innecesario de Hiroshima y luego el aun más terrible, porque Japón ya estaba vencido, de Nagasaki. Ante los millones de muertos de aquella contienda, ante las atrocidades cometidas por los nazis, ante la brutalidad nunca antes vista, el mundo se estremeció; no podía volver a suceder, se pensaba.

La Organización de las Naciones Unidas surgió como un faro luminoso en la noche de sangre, dolor y muerte. Ahí, se creía, se dirimirían los desacuerdos futuros, ahí se garantizaría la paz, ahí se recuperaría el respeto por la vida y la dignidad humana. Falsa ilusión que duró muy poco. Empezó la llamada Guerra Fría y se reanudaron los combates: Corea, Vietnam, Afganistán, Iraq entre muchas otras. La ONU ha sido un inútil testigo, ignorada siempre -o utilizada- por los países poderosos.

La barbarie militar contemporánea se ha sofisticado mucho -drones, misiles, etc- pero la esencia brutal que denigra a la humanidad permanece. La violencia, no la estupidez, es lo contrario de la inteligencia.

El caso es que la guerra gana siempre y la paz pierde. La víctima es la misma, el ser humano; la causa también, la injusticia.

José Luis Pandal

El comentario ácido, irónico, informado y puntual de José Luis Pandal, que aborda temas políticos y de la vida cotidiana.

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