Aquel día, a esa hora | Cine

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Al influjo del estreno de 7:19, la hora del temblor –y antes de comentarla– en dos o tres sitios me han hecho la misma pregunta: ¿qué películas “de desastre” valen la pena? Aunque hay de varios tipos, en fechas recientes se destacan al menos dos: la española (pero hablada en inglés) Lo imposible, de Juan Antonio Bayona, basada en la historia real de una familia que sobrevivió al terrible tsunami del 2004 en Tailandia; y la noruega La última ola, de Roar Uthaug, basada en lo que eventualmente ocurrirá el día en que la enorme masa sobre el fiordo de Geiranger se desprenda: una enorme ola de casi 90 metros se irá sobre dicho poblado, cuyos habitantes sólo tendrán diez minutos para evacuar hacia zonas altas. Además, desde luego tiene un lugar Torres gemelas, de Oliver Stone, que ubica su drama en el demoledor ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center.

Ahora bien, igual pueden mencionarse las noventeras Impacto profundo, de Mimi Leder –a propósito de un enorme cometa en ruta de estrellarse contra la Tierra– y (por qué no) Titanic, de James Cameron, sobre el histórico y trágico viaje inaugural del trasatlántico, más allá de que el film polarice mucha de su atención en el romance a bordo (a-la-Romeo y Julieta) de dos de sus pasajeros. Y no olvidemos los desastres presentados en su momento por Infierno en la torre (1974), de John Guillermin, y por La aventura del Poseidón (1972), de Ronald Neame. En cuanto a más films apocalípticos –buenos y no tanto– entre otros están: Exterminio, de Danny Boyle; El día después de mañana, de Roland Emmerich; El día que la Tierra se detuvo, de Robert Wise; Buscando un amigo para el fin del mundo, de Lorene Scafaria; Guerra mundial Z, de Marc Forster; La guerra de los mundos, de Steven Spielberg, e incluso Melancolía, de Lars Von Trier. Por cierto, el fin del mundo (o su riesgo) también se ha tratado en tono de comedia; por ejemplo, en Marcianos al ataque, de Tim Burton, y en Esto es el fin, de Evan Goldberg y Seth Rogen. Así pues, ha habido de todo, como en botica.

En cuanto a 7:19, la hora del temblor, de Jorge Michel Grau, arranca pronto. Antes de los 10 minutos, tras una breve presentación de los dos protagonistas centrales –un empresario acaudalado y el portero de su edificio– sobreviene el temblor del título; aquel de 1985 que cobró miles de vidas y que le cambió el rostro a México de incontables formas. A partir de ello toda la película transcurre en las entrañas del edificio colapsado, desde un puñado de personajes atrapados entre los escombros. Sin poder moverse se comunican a gritos, en un intento no tanto de sumar fuerzas como de sumar esperanza. Sólo vemos a Martín (Héctor Bonilla), el humilde portero, y a Fernando Pellicer (Demián Bichir), el empresario dueño de todo y de todos. Pero aquí y ahora, todos –nobles y villanos, patrones y subordinados, ricos y pobres– tienen ya un status de “iguales”: yacen bajo toneladas del mismo cemento y hierro, vivos pero conscientes de la fragilidad de su situación, que puede cambiar en cualquier momento.

7:19, la hora del temblor se sostiene sorprendentemente bien en su claustrofóbico entorno único, incluso sin conceder al espectador la posibilidad de saber lo que sucede afuera. En medio de una perenne obscuridad (la única luz sale de una linterna a la que ya se le agotan las pilas), Michel Grau ilustra los ángulos que definen al evento; tanto esos consecuencia del sismo mismo, como esos otros relativos a la corrupción, desprevención, improvisación, desigualdad y vale-madrismo que histórica y lastimosamente han sido sello y contexto de tantas tragedias en México. Así pues –con una intención finalmente crítica– 7:19, la hora del temblor termina siendo más acerca de esto último y no tanto un mero “recuerdo” de aquella mañana terrible. En todo caso, el film reactiva nuestra memoria. Ojalá que sea en ambas vertientes.

Alfredo Naime

Comentarios, recomendaciones y consejos para apreciar el séptimo arte, vertidos por el más reconocido crítico de cine en Puebla y zonas aledañas. Disfruta su videoblog.

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