En Ya veremos, de Pitipol Ybarra, al pequeño Santi (Emiliano Aramayo) le diagnostican un glaucoma que pudiera o no dejarle ciego en pocos meses. Sus padres, Rodrigo (Mauricio Ochmann) y Alejandra (Fernanda Castillo), están separados, básicamente por un asunto de prioridades: Rodrigo, médico de profesión, nunca pudo ubicar a su familia antes que su trabajo; o al menos eso es lo que sostiene Alejandra, quien incluso está por volver a casarse. Pero ahora, con el diagnóstico encima, ambos lo dejan todo para acompañar a Santi en las dos semanas previas a su incierta operación, para hacer los tres juntos todo eso que el niño siempre ha querido, según su propia lista. Por ejemplo, ir a las luchas, ver una mujer desnuda o nadar cerca de tiburones, entre otros excitements. Una cuestión justo de prioridades, que en el camino pudieran o no (ya veríamos) derivar, desde la aflicción, en aún más cambios para la fracturada familia.

A pesar de la condición de Santi, Ya veremos se las arregla –un riesgo alto– para imbuirse de un tono grato, nunca tormentoso (es lo primero que le agradeces), sin que por ello se sienta “higienizada” o falsa la situación. Si aceptas bien esto, pues aceptas también el que la película discurra –no tan sorpresivamente– hacia una segunda línea argumental. En efecto, la enfermedad de Santi, núcleo de todo, cede espacio sin embargo a la relación entre los padres: un reencuentro forzado e incómodo de principio, pero más y más natural al paso de los días. El drama argumental cambia al melodrama tonal y, eventualmente, no teme enredarse con la comedia situacional. Se podría apostar que esto no es posible porque no funciona, pero bueno: ahí está Ya veremos para darle una segunda pensada. Y me temo, una pensada no desde el ámbito de la crítica, sino desde el del público, que es al final del día el menos descartable de todos.

En todo caso, es pertinente comentar el detalle siguiente: el personaje de Alejandra está menos desarrollado de lo que pareciera deseable. Una cierta palidez que el muy buen trabajo de Fernanda Castillo minimiza casi al cien. En cuanto a Mauricio Ochmann y el pequeño Emiliano Aramayo, por igual muy bien, estando el principal punto de vista en el personaje de Rodrigo, entregado por Ochmann con un adecuado equilibrio de preocupación y entereza, a lo que pronto se suma –no sin humor– el renacido sentimiento por su ex. Es decir que Ya veremos es incluso divertida, lo que no cabría suponer dado el resorte dramático de la posible (inminente) ceguera. En fin, una buena, grata, opción de cine mexicano, que poco y nada tiene que ver con el caudal reciente de cintas intrascendentes que ese nuestro cine ha querido entregarnos. La taquilla ya le respondió –y muy en serio– a Ya veremos; ojalá las cosas le sigan así.

Por otra parte, por ahí anda otra película de familia –coproducción entre Brasil y Uruguay– que mucho vale la pena: Loveling (Benzinho), de Gustavo Pizzi. Aquí el tono es de estricto melodrama, pero ni así le “ajusta” que en México el título lleve el espeluznante agregado de Amor de madre. Irene (Karine Teles) y su marido, de clase media-baja, son padres de cuatro y trabajan cuanto pueden para sacar adelante a la familia. Fernando, el hijo mayor –aún adolescente, pero ya destacado handballista— les da la noticia: un equipo profesional de Alemania le ofrece contrato y quiere llevárselo en un par de meses. A partir de esto, el mundo de Irene se trastoca, preocupada por el futuro de su hijo y, al “perderlo”, por la cohesión e identidad de la familia. Loveling es una película entrañable sobre la necesidad de cambiar, de ceder, de adaptarse, pero también sobre la dificultad de renunciar a tus certezas más profundas, o siquiera de ponerlas en riesgo. En ese sentido, una cinta auténtica, sin parafernalias, muy hermosa, de cotidianidad reconocible. Premio Especial de la Crítica y Mejor Película Iberoamericana, en el Festival de Málaga 2018.          

Alfredo Naime

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