A veces uno tiene que balancear lo que va ofreciendo la pantalla grande. Recién vi Suspiria, de Luca Guadagnino –larga, sombría, compleja, brillante a ratos– pero también, pa’l desempance, Jefa por accidente (Second act), de Peter Segal, que es lo contrario: breve, ligera, inofensiva y de fórmula. La primera, una película para los críticos; la de Segal, para ese público con más hambre de palomitas que de un cine mayor. En cuanto a Suspiria, es el remake de aquel clásico setentero de Darío Argento que en México conocimos como Alarido. Es 1977; tiempos del Otoño Alemán. Una joven norteamericana, Susie (Dakota Johnson), llega a una afamada Academia de danza en Berlín Occidental. Ante la desaparición de una bailarina, Susie toma su lugar, asombrando a las instructoras; entre ellas a Madame Blanc (Tilda Swinton), una de las líderes del lugar. Pero una serie de eventos macabros van revelando que las profesoras son en realidad una cofradía de brujas sanguinarias. Susie deberá enfrentarlas –en especial a Mother Markos (Tilda Swinton también)– con ayuda de una compañera y de un psiquiatra, el Dr. Klemperer (Swinton, en su tercer rol), quien ya estaba informado de que la Academia podría más bien ser parapeto y escondite de brujas. Será este enfrentamiento el desenlace que defina el presente –y el consecuente futuro– de la prestigiada Markos Tanz Company.

Suspiria es desde luego una fantasía de horror; muy gráfica de hecho. Da lugar a opiniones encontradas, lo cual no es mala noticia. Por un lado, su dirección es académica y brillante; su montaje, enérgico y preciso; sus intenciones, totalmente en foco. No hace concesiones: ofrece su mirada (y veladamente, sus juicios) desde un presente histórico efervescente, metáfora de los aciagos tiempos de tres décadas antes, esos del Holocausto, con conexiones –reitero: metafóricas, simbólicas– no sólo reconocibles, sino por igual pertinentes. Pero también pasa que Suspiria no es para cualquier estómago, tanto porque puede percibirse desapasionada (lejana, fría, en el planteo y resolución de sus situaciones), como por su relativa “obscuridad” narrativa, que en algo complica seguirla, en especial para quienes o no tienen referencia de la Alarido de Argento, o son espectadores dispersos. Suspiria nunca es gratuita, pero tampoco diáfana ni de una sola lectura; así pues, el cinéfilo debe enfrentarla con máxima atención, para extraer de ella todo su potencial y riqueza. Por supuesto vale la pena, como un logrado ejercicio de horror que no se extravió en el peso de la versión original, sino fue capaz de encontrar sus propios rasgos de identidad. Un nuevo logro para el director Guadagnino, tras de Llámame por tu nombre.

Y bueno, Jefa por accidente, estelarizada por Jennifer López, un poco repite la fórmula de Sueño de amor, otra de sus películas: la fórmula de enfrentar a un personaje de una estirpe social no privilegiada, con situaciones y/o personajes “cupulares”, de clase alta. En este caso, la guapa López interpreta a Maya, asistente de Gerencia en un almacén grande pero de medio pelo. Aunque tiene 15 años destacándose en su trabajo, no le conceden la Gerencia debido a que no tiene estudios universitarios. Con el afán de ayudarla, alguien de su entorno le fabrica un apantallante curriculum fake, lo que le abre una oportunidad gigante, de ensueño, en una prestigiosa firma líder en cosméticos femeninos. Maya entra así a las grandes ligas, pero desde el frágil y riesgoso sustento de una plataforma falsa. En esencia eso debiera ser el film: una comedia de enredos; pero el guion abre además una segunda línea argumental: el hecho de que Maya, cuando jovencita, dio a su recién nacida en adopción, lo que ahora lastima su conciencia. Jefa por accidente se convierte pues en un melodrama, a la luz del conflicto mencionado. Lástima, porque lo uno le quita fuerza a lo otro y viceversa. Queda entonces como un mero divertimento, grato, relativamente ocurrente, pero finalmente menor (que a veces es lo que uno está buscando).                                                               

Redacción

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