Mientras nos guardamos en casita

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No son tiempos de ir al cine ni a cualquier otro lado. Quedémonos pues en casa. Y ya que vamos a hacerlo, dedico la columna de hoy a armar un programita de films que podemos ver con los nuestros. No hay criterios mayores en la elección; sólo que sean films que puedan agradarnos, entretenernos, aligerarnos, más y menos según la personalidad y los gustos de cada uno de nosotros. Veamos, ya que ancha es Castilla… 

¿Qué tal, por ejemplo, El club de los cinco (The breakfast club; 1985)? La dirige John Hughes y tiene que ver con un sábado “en detención” –en los confines de su colegio– de cinco preparatorianos, a los que el profesor “en control” (es un decir) prejuzga sin dificultad como un delincuente (Judd Nelson), una princesita (Molly Ringwald), un atleta (Emilio Estévez), un nerd (Anthony Michael Hall) y una chiflada (Ally Sheedy). Por cierto, los chicos no son amigos; apenas se conocen y ninguna gana tienen de relacionarse. Aun así, a lo largo de nueve horas, de a poco y con cautela, irán revelando sus almas frente a los otros, hasta descubrir, con sorpresa, que tal vez no son tan abismalmente distintos como pensaban. Una película ícono de los 80s. También –y como siempre– Realmente amor (Love actually; 2003), de Richard Curtis; extraordinaria comedia romántica que se ocupa del “enamorarse y desenamorarse” de una decena de parejas, algunas interconectadas. La película se ubica en Navidad, quizá la época en que más florece el amor, sentimiento que a veces encuentras pronto y bien; a veces pronto o bien, y en ocasiones, ni pronto ni bien. Todo se ilustra con tanta ternura, con tanta calidez, con tanta convicción, que la película se hace irresistible. 

La tercera puede ser Spanglish (Spanglish; 2004), de James L. Brooks, donde la necesidad de comunicación afectiva brota del alma y no de la lengua, aunque sea entre una “mexicana” (Paz Vega) en busca del sueño americano, y un gringo (Adam Sandler) que lo tiene, pero que descubre que ese sueño no es ni la mitad de cautivador que ella. ¿Cursi? No; hay espacio incluso para una filosa crítica social. Una más puede ser En brujas (In Bruges; 2008), de Martin McDonagh, en la que dos sicarios deben esconderse en la hermosa ciudad medieval, tras de que en Londres una “misión” se sale completamente de control. Film que funciona desde contrapuntos, siendo el principal un permanente matiz humorístico sobre circunstancias factual y potencialmente violentas. ¿Es esto posible? Compruébenlo. Y por igual, la muy dulce ¿Bailamos? (Shall we dance; 2004), de Peter Chelsom, en la que al personaje de Richard Gere le entran ganas de…aprender a bailar. En el transcurso, Jennifer López nos recuerda, con encanto, que la rumba es la expresión vertical de un deseo horizontal, aunque uno de los bailarines le lleve 20 años al otro. 

Por último, consideren dos títulos más. El primero es De libros, amores y otros males (The bookshop; 2017), de Isabel Coixet, sobre una viuda que se muda a una villa costera para cumplir su sueño de abrir una librería. Pero la idea no gusta a una acaudalada e influyente dama del lugar, quien –enmascarada en una cortesía hipócrita– desata una guerra despiadada en contra de la recién llegada. Una cinta serena, contenida, emotiva, no sólo sobre una buena mujer que busca reencontrarse, sino también sobre la injusticia, que lo es aunque se disfrace (indignidad aun mayor) de “legalidad”. Y finalmente, Moneyball: el juego de la fortuna (Moneyball; 2011), de Bennett Miller. En 2002, al gerente de los Atléticos de Oakland se le encarga reconstruir al equipo, con muy poco presupuesto. Su analista de datos (un nerd) le sugiere la fórmula: “Si queremos corredores en las bases, contratemos peloteros según esa estadística”. Los desenlaces de tan temeraria apuesta son el cuerpo de la película, basada en hechos reales. Una gema, en forma de moderno cuento de hadas. Entonces, a cuidarnos adecuadamente y que todos salgamos con bien. 

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