Mi dueño, que solía ser mi mejor amigo y compañero de aventuras, olvidó increíble y fácilmente todas las veces que lo llevé sano y salvo a casa mientras él sólo dormía ahogado en alcohol; o la maravillosa y discreta amortiguación que ofrecía mientras él se divertía amorosamente en mi asiento trasero, y todo, por ocho mil cochinos pesos.