+Para Don Rafael León Mancilla y Humberto Castillo Vera Q.E.P.D.
Cuando se llega a la cima de una montaña, es inevitable voltear y ver el camino recorrido. Observamos la inclinación y nos sorprendemos de haber logrado el ascenso. Nos sentimos complacidos con el logro y es así que decimos: “tuvo sentido el esfuerzo y la tenacidad”.
Ese camino es el que –cuando menos- aspiramos a recorrer y observar con satisfacción, al llegar el final de nuestras vidas. Pero ¿qué tanto hacemos para lograrlo?
Más allá de lo que representa la partida de alguien, lo más importante es el recuerdo que nos deja. Lo que compartió, las sonrisas que nos regaló, la amistad, las enseñanzas y los momentos que inevitablemente vendrán a nuestras mentes al escuchar sus nombres.
Evidentemente, como dicen las abuelitas, “todos vamos para allá”, pero sin duda hay mucho qué hacer cuando estamos por acá para que, al voltear la vista antes de partir, digamos: “me gustó lo que hice, me voy contento”.
A veces desperdiciamos el tiempo en ver qué hacen los demás, en criticarlos, en enojarnos, en tirar nuestra energía en la vida de alguien más y terminamos por no atender la propia. No hay nada mejor que despedirse con el orgullo del deber cumplido.
Qué mejor que recordar a alguien por la forma en que disfrutaba su trabajo, por la sonrisa franca al saludar, por la mano extendida siempre, por la sencillez, humildad y honestidad mostradas a lo largo del camino.
Y hay muchas personas que diariamente viven con ganas, con ánimo. Hacen ese ejercicio de vivir la vida como si fuera el último día y eso se agradece. Fundamentalmente porque contagia y porque nos abre los ojos para vivir al máximo nuestra historia.
Y de eso se trata, de no arrepentirnos de no haber hecho algo, de no decir, “¿por qué no le di un abrazo?”, “¿por qué desperdicié tanto tiempo en nimiedades y no me enfoqué en lo verdaderamente importante?”. Es mejor hacer lo que nos toca en este momento.
Eso lo aprendí hace 10 años y recientemente lo confirmé. Afortunadamente tuve mi lección sin lozas que cargar. No sé cuándo “sea el momento”, pero me queda claro que será muy grato llegar a la cima de la montaña, observar el camino recorrido y decir: “me voy contento”.
Foto: Flowery *L*u*z*a*
Manuel Frausto Urízar
Hola Manolo:
Sin duda, lo mejor de la vida, es vivir. Yo también lo aprendí y fue una gran lección, costo trabajó, pero el tiempo ayuda y sobre todo, ayuda haber tenido al mejor maestro, alguien que amaba la vida y disfrutó con intensidad cada instante.
Es cierto, esa es la mejor huella que puedes dejar…
Abrazos, 10 años después.
De acuerdo Mimi, ese debe ser el objetivo de nuestras vidas, disfrutarlas con intensidad. Un beso
¡Hola Manuel!
Uno de los descubrimientos más grandes de mi vida fue el de comprobar que este planeta tan maravilloso no es «un valle de lágrimas». Y junto con este descubrimiento también entendí que no tenemos que estar haciendo penitencias de pecados y cargar con la culpabilidad constante.
Hemos venido a cumplir misiones a diferentes niveles pero sobre todo a ser felices. La vida se vive por instantes continuos. Cada momento nos permite proyectarnos hacia la intensidad, hacia la plenitud, hacia un futuro construido en el presente.
Justo ahora estoy a «la mitad» de mi vida. Este año cumplo 50 años de vida, aunque aún no los asumo pues tengo batería para mucho más.
Pienso mucho en mi partida…y estoy listo…he vivido intensamente…he dejado huella…he cumplido…
Pero todavía tengo mucho que hacer, tengo un gran tesoro que explotar, mi vida con Iris y Santiaguito y los nuevos amigos que están llegando a mi vida.
Gracias por hacernos reflexionar en estos procesos tan vitales y profundos…un abrazote…Diego.
Gracias Diego, justamente de eso se trata, vives intensamente y dejas huella. Eso te hace caminar sin problema por cualquier senda. Saludos!