(Part tu)
En la entrega anterior nos quedamos con el mini jet Topo Gigio de Luís Echeverría Álvarez, pero ahí no paró la cosa, para el siguiente sexenio, el pequeño avión no era suficiente para la “abundancia” que había que administrar en el país por unos yacimientos de petróleo recién descubiertos.
En ese furor López Portillo ordenó que se compraran a Mexicana de Aviación siete Boeing 727 usados, a Eastern Airlines, ya desaparecida.
Dos fueron para el transporte presidencial, y el presidente muy clavado en la onda prehispánica los bautizó como Quetzalcoátl I y II, que fueron motivo escándalo por su alto costo de operación y mantenimiento.
Es curioso el nombre que le asigno JLP a sus nuevos transportes aéreos; algunos años atrás, el mandatario mostró a la nación sus dotes de escritor con una un relato México-prehispanofilico, muy prometéico y pacheco; publlicó una novela corta, dedicada al mito de Quetzalcoát, adaptado a sus condiciones históricas y personales, se proyectó como el la serpiente emplumada que nos traería las bondades de la civilización.
Regresando a los aviones, cabe destacar que el nombre le quedaba, era el jet ideal de tres turbinas para la altura de la Ciudad de México, además, potente para el despegue, le decían el Rocket en Estados Unidos; mucha capacidad, buena autonomía, pero caro.
Más caro es el que, diez años después, Miguel de la Madrid, en medio de crisis económica, como todas, crónica, adquirió un Boeing 757 que tuvo que poner a la venta sin estrenar por la crítica nacional.
Se cuenta que un susto aéreo en uno de los Quetzalcoátl superó la crítica y se recuperó el 757, avión más grande y más honeroso; pagan hasta 120 mdd por uno.
El caso es que a este, en un desliz liberal, Miguel de la Madrid lo bautizó como Presidente Juárez, y ha dado servicio a las administraciones de Salinas, Zedillo, Fox y Calderón en los últimos 25 años.
Por alguna razón extraña, Vicente Fox Quezada, primer presidente de la alternancia mantuvo el nombre del avión en turno; sin embargo, a no mucho tiempo de asumir el mandato, descolgó un cuadro gigante de Benito Juárez y lo deportó a los confines de la Secretaría de Gobernación.
A Fox le venía bién la imagen de Madero la utilizó, así son los usos y costumbres del poder en México; sin embargo, el nombre del transporte aéreo presidencial, conservó su nombre, Presidente Juárez.
Para quienes tengan duda de cuánto cuesta tener uno de estos al año, en un hangar y toda la parafernalia para tenerlo al tiro, según la Ley de Egresos de la Federación de 2010, a la Coordinación General de Transportes Aéreos Presidenciales se le asignaron para el año fiscal 2010, 7 millones 903 mil pesos; hay que reconocer que sale menos caro que rentarlos…
El caso es que también hay que reconocer que el avión es viejo, un cuarto de siglo de servicio y hasta sustos les ha metido el pícaro.
El TP-01 se ha convertido en un avión de osados aterrizajes, escribieron en la Columna Bajo Reserva del El Universal del 8 de febrero de 2008
“La aeronave Presidente Juárez, en la que viajan el presidente Felipe Calderón, comitiva y medios de comunicación, superó este domingo cualquier antecedente. A su llegada a Nueva York, se tambaleó metros antes de tocar piso y, en pleno balanceo, el piloto hizo gala de su pericia para enderezarla, pues se dirigía a los pastizales en el aeropuerto de Newark, nos comentan”.
Dudo que les de por cambiarlo, pero igual y hasta les pega el accidente del Tupolev-154 en el que perdió la vida más de la mitad del gabinete polaco. Cualquier cosa puede pasar siempre y agrande el registro histórico, chismográfico, musical del TP01.
Foto: mexico.cnn.com
Arturo Cravioto