Parte importante, cuando se llega al poder, es no perder la cabeza. No transformarse con el lugar que se ocupa. No perder la “humildad” mostrada en campaña. No dejar de saludar, cual “Chicharito” Hernández a los aficionados, como lo hicieron en meses anteriores.
Aseveraciones como “no tendré a nadie de mi familia en el gobierno”, nunca se han mantenido. Y para pruebas, el sexenio que recién terminó. Es un asunto como los mecánicos, llega el nuevo y dice que el anterior era de lo peor y que no sabía nada; pero, deje de sufrir, que ya llegó el “uyuyui” de los automóviles.
Cuando están en el cargo, todos son unas eminencias, grandes empresarios, galanes, ingeniosos, simpáticos. El problema viene cuando dejan el puesto: eran rateros, brutos, apestosos y más. Y donde más se nota todo esto, es en los medios.
De la noche a la mañana dejan de irle a las Chivas, para volverse el gran fanático del América. Antes ponían cara de que olían un gas cuando llegaba uno y ahora es como si trajeran un gran aroma de perfume caro. Las sonrisas y parabienes, están más a la mano que cerveza en estadio.
Cómo cambia la historia, ¿verdad?
Eso me lleva a la siguiente reflexión. Es la historia de la esposa golpeada. No le gusta, pero ahí sigue. Pégame pero no me dejes. Una dependencia del golpeado hacia el golpeador.
Dicen que los políticos son como los perros, sólo entienden a “periodicazos”. También se maneja el símil de los “bisteces”, entre más “madrazos” más blanditos. Así ha sido la historia de los medios en los últimos años en Puebla.
Columnistas y reporteros se jactan de poner y quitar funcionarios por sus publicaciones. Los mismos funcionarios disponen de recursos para que no hablen de ellos. Pagan por que los ignoren. Y no escatiman recursos.
¿Cambiará la historia? Dicen que sí, dicen.
Foto: er_gorrion
Manuel Frausto Urízar