Acabamos de celebrar el día de las madres y vimos en las redes sociales mensajes y recuerdos felices, en los restaurantes familias contentas, en los hogares hijos cariñosos. Afortunadas mujeres las así celebradas y recordadas.
Yo quiero acordarme de las infelices, de las miles que buscan a sus hijos por todos los confines de esta Patria dolorida, de las desesperadas y atribuladas madres que cada día sacan fuerza de su debilidad y ganas de su abandono para perseverar en su lucha por hallar a sus hijos desaparecidos sin dejar rastro, muchas veces por acción de las autoridades que deben protegernos, siempre por la omisión de los encargados de garantizar la vida de todos.
El drama de un hijo desaparecido es inmenso, sin duda y no hay alivio posible. No basta la palabrería, el culpar a unos delincuentes siempre difusos o el prometer llegar hasta las últimas consecuencias; no solo no basta sino que es insultante y cruel.
Hoy les invito a indignarse conmigo, a compadecer -en su significado estricto ´padecer con´- a las madres agraviadas por tan terrible circunstancia y a acompañarlas en su exigencia de justicia. Sus hijos desaparecidos son también nuestros hijos, en verdad, pueden serlo.
Y es que nadie esta seguro en un país donde priva la corrupción, la impunidad y la sevicia.
