Empieza un malestar, una sensación de que algo se descompone y uno se da cuenta de que se va a enfermar. Dolor de cabeza, estornudos, escurrimiento nasal, ardor de garganta, un poco de fiebre y una molesta tos inevitable.
Así me imagino a nuestra Patria. Duele Tamaulipas y sus balaceras, los migrantes muertos salvajemente, las regiones sin gobierno que garantice paz y tranquilidad. Como estornudos que sorprenden sin previo aviso, sin poder evitarlos, se suceden crímenes diversos, dos muertos aquí, cuatro allá, bombazos y se dice que son hechos aislados. Cual escurrimiento nasal hay manifestaciones de inconformes por diversas causas, maestros, estudiantes, defensores del agua y de la tierra que son detenidos con el pañuelo sucio de la represión. Hay un ardor que escuece en las familias de los niños de la guardería ABC, de los desaparecidos de Ayotzinapa, de miles más de los que nadie sabe nada. Fiebre por la invasión de virus y bacterias de maldad en Jalisco, Michoacán, Guerrero, sensación de cuerpo cortado en todo el País. Y protestas, marchas, mensajes cibernéticos, pintas, gritos, que son como la tos que denota hartazgo, que crece, que no cesa.
Pero no parece preocupar demasiado que México este enfermo. No se proponen medidas drásticas, definitivas. Se receta una aspirina en forma de elección con la esperanza de que alivie los síntomas y se crea que se erradicó la enfermedad.
La nación esta enferma, así la veo. Y mi texto nace de mi propio malestar, el mío intrínseco y el de mi ser social.