No me equivoqué, estoy hablando del proceso electoral que empieza, así sea de manera no oficial, en estos días. En este proceso se inscriben las opiniones, las entrevistas, los comentarios y los mensajes de los actores políticos de todo signo, aunque de momento parezca que se refieren a la elección recién efectuada.
Vemos todo tipo de mensajes, ocultos y no tanto. Ese traicionó, dicen unos; aquel es el culpable de la derrota, alegan otros; nos hubiera ido mejor si hubiéramos tenido aliados; nos fue mal porque los votantes nos cobraron el fracaso de las alianzas. Cosas así se escuchan del lado de los que perdieron.
Del otro lado, de los que ganaron, también abundan los mensajes, más o menos cifrados. Se ve la mano de aquel que daban por muerto y enterrado, dicen los que disfrutaron de poder en tiempo no muy lejano; este que triunfó debe ser el candidato en 2016, alegan los que no quieren que el triunfador estorbe en 2018; el partido me la debe, comenta quien cree que la victoria no es circunstancial sino producto de su genialidad.
Hasta los que viven chapaleando en la mediocridad utilizan lo sobado: me quieren auditar no porque mi administración sea desastrosa sino porque temen enfrentarme en el 2016.
Y mientras, los ciudadanos nos quedamos de espectadores. Por lo pronto no somos necesarios, no tiene caso gastar en regalitos ni prometer lo imposible, nuestra participación de momento ha concluido. Pasarán ocho meses, más o menos para que vuelva el circo, con bailarinas, payasitos y administradores de la reputación de los malabaristas.
Esa es la calidad de nuestra política electoral – no hay de otra en este desdichado País -, esa la simulación democrática. Falta ciudadanía, civismo, amor a la Patria.
Tal vez sea momento de intentar nuevos caminos. La candidatura independiente es uno de ellos, sin duda. Lo estoy pensando.
