Editorial | ¡Viva la República!

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El 19 de junio de 1867, hace hoy ciento cuarenta y ocho años, murieron fusilados, en el Cerro de las Campanas de Querétaro, Maximiliano, Emperador de México y sus generales Miguel Miramón y Tomás Mejía.

El Presidente Benito Pablo Juárez García recibió muchas solicitudes de indulto que no aceptó y confirmó la sentencia de muerte del Archiduque con la convicción de hacer lo correcto; no soy yo, dijo, sino el pueblo, a través de las instituciones republicanas, quién lo condena. El 15 de julio siguiente, al llegar a la ciudad de México, lanza una proclama que dice, entre otras cosas: «¡Mexicanos! Hemos alcanzado el mayor bien que podíamos desear, siendo consumada por segunda vez la independencia de nuestra Patria» lo que era muy cierto y termina «Entre los naciones, como entre los individuos, el respeto al derecho ajeno es la paz». Es Juárez el verdadero padre de la Patria, pues desde entonces se definió esta como una república federal, con tres poderes, ejecutivo, legislativo y judicial y así se mantiene hasta la fecha.

Pero quiero también recordar a los derrotados, en este aniversario luctuoso, pues no eran menos patriotas que los vencedores, aunque su idea de nación fuera distinta.

El general Tomás Mejía, indio oriundo de la Sierra Gorda de Querétaro, donde fue amo y señor y pudo haberse enriquecido si eso hubiera querido, era tan pobre cuando lo fusilaron, que su mujer tuvo su cadáver – aprovechando que había sido embalsamado después de la autopsia – sentado en la sala de su casa durante tres días, porque no tenía dinero para enterrarlo; cuando Juárez se enteró, se encargó de pagar lo necesario para darle sepultura. Ya no hay, parece, mexicanos tan honestos.

Miguel Miramón fue desdeñado por Maximiliano porque era temido y odiado por los conservadores que lo rodeaban, envidiosos de su talento militar. Fue enviado a Europa con pretextos diversos y allá se pudo haber quedado cuando el Emperador lo llamó en su auxilio, cercana la derrota, pero volvió, valiente como fue siempre, probablemente sabiendo que venía a morirse, porque mayor que su temor a la muerte era su amor a México. Tampoco abundan estos patriotas.

Frente al pelotón que lo fusilaría, Maximiliano – que se sentía mexicano, lo que no era tan descabellado como puede parecer hoy, pues era usual en su tiempo y circunstancia aceptar un trono y asumir la nacionalidad de algún país ajeno – pronunció un discurso donde dijo: «Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y la libertad de México. ¡Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva Patria! ¡Viva México!» Últimas palabras dignas de crédito, dada la circunstancia.

Aquel era un México de estadistas, de patriotas dispuestos a dar la vida por sus ideales, diferentes a los que hoy buscan solo saquear a la Nación.

José Luis Pandal

El comentario ácido, irónico, informado y puntual de José Luis Pandal, que aborda temas políticos y de la vida cotidiana.

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