En La delgada línea amarilla, cinta mexicana de Celso García, cinco hombres — el capataz y cuatro peones– son contratados para pintar la línea divisoria de los dos carriles de una carretera del norte de México. Se trata de un tramo de 217 kilómetros, que deberán terminar en 15 días. ¿Y eso es todo? De base sí, pero de fondo no. A lo largo de los días, del recorrido, del trabajo, el crecimiento de la línea amarilla deja de ser el foco único para hacerse acompañar de algo verdaderamente esencial: las historias individuales de cada uno de los “pintores”. De a poco, kilómetro a kilómetro (al ritmo de “4 pasos de pintura y 8 pasos sin pintar”), la situación particular de esos desconocidos se va revelando, se va entendiendo, pasando eventualmente del cauteloso recelo inicial a la redonda fraternidad final. Cada cual tiene un pasado con sus asignaturas pendientes; todos buscan algo o deben algo o quieren algo: encontrar a un padre, volver a ver a un hijo; reencontrarse con un hermano, recuperar la vista, recomponer su vida, regresar por fin a casa. Incluso, claro que sí, cenarse un caldo caliente después de siglos de no hacerlo. Esto es el verdadero corazón y texto de La delgada línea amarilla y justo lo que le da su hondura. Lo otro, pintar esa interminable “culebra” amarilla en medio de la carretera, es apenas el contexto, que nunca deja de ser pertinente. En esta película de reciedumbre y compañerismo que bien vale la pena — ganadora de un buen número de reconocimientos en diversos festivales– actúan Damián Alcázar, Silverio Palacios, Joaquín Cosío, Américo Hollander y Gustavo Sánchez Parra. Por cierto, entre sus productores están Guillermo del Toro y Bertha Navarro.
También puede uno asomarse, porque es más de lo que aparenta, a Morgan, película norteamericana de Luke Scott con Kate Mara y Anya Taylor-Joy, esta última la joven actriz a quien hace poco destaqué en este mismo espacio por su trabajo en La bruja. En la vena de la ciencia-ficción con rasgos de horror, tiene que ver con un proyecto científico que se sale feamente de control. El centro de la trama es Morgan (Taylor-Joy) un “ser humanoide” (con figura de mujer) creado en laboratorio. Un serio incidente de violencia –Morgan ataca a una de sus “tutoras”– obliga a la llegada de Lee Weathers (Kate Mara), “consultora de riesgos” del Corporativo que financia la investigación, para evaluar el estado de las cosas y determinar si el proyecto Morgan debe definitivamente anularse. Sólo que Morgan –eso con piernas, brazos y entendimiento– tiene, claro, otros planes. Morgan es una cinta bien conceptuada y actuada, que está por encima del promedio de otras de su tipo. Sus escenas de “acción” (los ataques del humanoide) muestran una edición sobresaliente, tornándose uno de los principales atractivos del film. Así y todo, no parece interesado en profundizar en el tema de “jugar a ser Dios” en cuanto a la creación de vida (artificial, claro), cuyos riesgos han sido expuestos razonablemente bien en películas como A.I. Inteligencia Artificial y — no hace mucho– Ex Machina, sin mencionar siquiera lo obvio, que es Frankenstein y los films derivados de esa trama. Pero en Morgan si están, bastante bien, el tono, la efectividad, la tensión y el suspenso adecuados, así como las disyuntivas del caso y un giro final que tal vez no sea el mejor en términos de expectativa, pero sí que cierra los eventos, acentuando lo inquietante de su atmósfera y concepto. Reitero: Morgan merece la pena, porque tiene y ofrece más de lo esperado.
Para concluir, no olviden que el Tour de Cine Francés concluye entre nosotros hasta el jueves 22 de septiembre, siendo atractivos los siete films que lo integran. En tono de drama, Boomerang (Dir. Francois Favrat), El porvenir (Dir. Mía Hansen-Love), En el nombre de mi hija (Dir. Vincent Garenq) y Señor Chocolate (Dir. Roschdy Zem); y en tono de comedia, La estudiante y el Sr. Henri (Dir. Iván Calbérac), Un hombre a la altura (Dir. Laurent Tirard) y Lolo, el hijo de mi novia (Dir. Julie Delpy).
Imperdible.
