Cuando de escoger una película se trata, cuenta mucho en qué tono la quieres ver, según (claro) el ánimo del que andes. ¿Comedia, drama, tragedia incluso? ¿Con alguna intención crítica o satírica? ¿Sin ellas, acaso? Lo planteo porque ahora mismo hay de donde escoger. Representando a la comedia está, por ejemplo, El bebé de Bridget Jones, de Sharon Maguire, tercera entrega en torno al personaje –siempre encarnado por Renée Zellweger— después de El diario de Bridget Jones (2001) y de Bridget Jones: al borde de la razón (2004). Es decir que estamos cumpliendo 15 años de (y con) la atribulada pero valerosa Jones, cual la llamaba Daniel Cleaver (Hugh Grant), su jefe, en la entrega inaugural de esta –digamos– saga romántica.
Pero bueno: en El bebé de Bridget Jones, cual lo delata el título, la chica va a ser madre, con posibilidades de que el padre sea –50% para cada cual– o el eterno Mark Darcy (Colin Firth), o Jack Qwant (Patrick Dempsey), el nuevo “candidato” a su corazón. Hay maneras de saberlo, claro; ¿pero cómo decírselos? ¿Y cómo manejar la situación cuando lo sepan? Venturosamente, en algún momento Bridget se da cuenta de que eso no es lo más importante, sino el bebé que está en camino. El bebé de Bridget Jones es quizá más abrupta, menos sutil que El diario de Bridget Jones –el antecedente que sí vale la pena como referencia– y a fin de cuentas igual de inofensiva. Pero la diversión está: especialmente en los contrapuntos entre el muy relajado Jack y el flemático Mr. Darcy; en las precisas intervenciones de Emma Thompson como la ginecóloga de la futura Sra. Darcy –¿o Qwant?– y en la siempre azorada Bridget, una “presencia/péndulo” que a intervalos va a izquierda y a derecha, a la espera de que algo providencial suceda y le enmiende la plana. Cual lo sugerí arriba, ese “algo” es ella misma, lo que da a la película un rostro más humano y, por ende, más genuino y grato.
Ahora bien, hablando de un drama, el tour de Cine Francés dio ocasión de conocer En el nombre de mi hija, de Vincent Garenq, basada en la historia real de la violación y el asesinato de la adolescente Kalinka Bamberski (en 1982), que originó una lucha legal de su padre –a lo largo de casi 30 años– para llevar a la cárcel al culpable, cumpliendo la promesa hecha a su hija frente a su tumba. El proceso –desgastante, terrible, en momentos incluso desesperanzador– involucró a la justicia de Francia, Austria y Alemania, cada cual aportando la ambigüedad conveniente a los intereses de sus relaciones diplomáticas. Así pues, sobra decir que En el nombre de mi hija, por todo lo que supone y lleva implícito, es en esencia una película agotadora y triste, que sin embargo se “redime” al respecto por el desenlace de su viacrucis (un desenlace liberador, si no totalmente justo). Y toda ella descansa en los hombros de Daniel Auteuil, intérprete de André Bamberski –el padre– un rol tan doloroso como complicado. Un film pues sobre eventos factuales aciagos, que justo por eso se hace relevante aun antes de voltear a los méritos cinematográficos.
Y hablemos, finalmente, de una de las sorpresas en lo que va del año: No respires, cinta norteamericana del montevideano Fede Álvarez, de alto y muy bien manejado suspenso. En ella, un trío de jóvenes ladrones encuentra su nuevo objetivo: la alejada casa de un veterano de guerra —forrado de plata por una indemnización– que además de vivir solo, es ciego. “Pan comido”, piensa la pandilla, sin imaginar que lo que les espera es algo muy distinto. No respires es una película absorbente, con atmósfera, que aprovecha bien su acotado espacio y que –justo– no otorga respiro al espectador. Estelarizan Stephen Lang, Jane Levy y Dylan Minnette; sus personajes no se sienten suficientemente desarrollados y la trama es delgada, pero eso no parece afectar la efectividad de la cinta. No respires costó 10 millones de dólares y a la fecha ha recaudado 80 (eso sí que quita la respiración).
