Sorpresivamente, Baby: aprendiz del crimen, de Edgar Wright, cuenta entre las mejores películas que este año han estrenado entre nosotros. Tiene que ver con Baby (Ansel Elgort), un solitario joven que, para pagar a un capo cierta deuda, conduce los autos en los que los empleados de dicho capo ejecutan millonarios robos. ¿O sea que Baby maneja bien? Mucho más que eso. Es una auténtica fiera al volante; además, pisa el acelerador impulsado por las canciones idóneas de un playlist enérgico y estimulante. De hecho, sin música no funciona: para conducir con tal habilidad –y a esas velocidades– requiere de ella tanto como un motor necesita del mejor combustible existente. Así pues, Baby se juega el pellejo a cada rato, con el único deseo de terminar de pagar lo que debe, para cambiar de vida. Y más cuando conoce a Débora (Lily James), una dulce mesera que simboliza todo lo opuesto a la vida presente de Baby. Pero ya sabemos cómo son las cosas: su jefe no quiere dejarlo ir; no acepta que se retire. Entonces, Baby tendrá que manejar aún más rápido y más competentemente, para salvar su idea de futuro, que desde luego incluye a Débora.
Baby: aprendiz del crimen es genuinamente excitante e imaginativa. En ella se adivina de inmediato la pasión del director Wright por este proyecto, que aparentemente maduró en su cabeza por casi dos décadas. De compleja producción, empieza con un atrapante plano-secuencia, al que se suman escalofriantes persecuciones que, en su mayoría, fueron filmadas (casi cual coreografías) sin recurrir a lo digital o al trucaje de pantalla verde. Pero más allá del virtuosismo técnico, del mucho detalle, de la precisión “relojera” –que es evidente en todos niveles– vale decir que la película tiene una personalidad propia, distinta, carismática, que de inmediato te invita a seguirla con una avidez natural. Todo arranca como una suerte de comedia despreocupada –en el tono que identifica al personaje en el 1er acto– para transformarse gradualmente en un atípico crime-action melodrama (¡romántico!), cuya urgencia se siente y comprende a partir del callejón sin salida al que Baby el personaje está condenado por las “malas compañías” de su pasado reciente, que en realidad sigue siendo su presente. Así que hay que ver Baby: aprendiz del crimen como lo que es: una cinta que desde elementos relativamente comunes (acción, violencia, música, romance) se las arregla para resultar diferente, siempre de las mejores maneras posibles.
En cuanto a El círculo (The circle), de James Ponsoldt, generó inmediata expectativa por los nombres de Emma Watson y Tom Hanks en su reparto (por cierto, con ella presumiendo el primer crédito). No es una buena película, pero le agradeces el asunto que trata: la necesidad esencial de privacidad, en tiempos crecientemente empeñados en que eso –lo íntimo, lo privado, lo propio– deje de ser únicamente “tuyo” y pase a ser del dominio de todos. Gran tema, pues; lástima que en su carácter distópico este film no es suficientemente amenazante al carecer de verdadero conflicto, por mucho que esté presente (y evidente) el dilema moral, de consecuencias “lamentables”, claro, pero vistas aquí apenas como necesarios “daños colaterales”. En El círculo, la inquieta e inteligente Mae (Emma Watson) consigue entrar a trabajar a The Circle, un poderoso corporativo cuya tecnología de punta ha integrado prácticamente a todo el planeta en un tejido “social” con cada vez menos secretos y límites. Feliz primero, escéptica después, Mae irá descubriendo cómo y cuánto eso –la transparencia exacerbada– cobra dolorosas y elevadas facturas en términos de ética, de respeto por los demás y de libertad personal. Mae se enfrentará a la situación; pero como ya dije, en una atmósfera aséptica en cuanto a tensión, casi sin riesgos, sin amenazas drásticas, lo que no da para un thriller que se precie. Ni modo: James Ponsoldt, su director, nomás no pudo encontrarle la cuadratura a El círculo.