El nombre de Taylor Sheridan se hizo conocido en especial por dos guiones: el de Sicario (2015) y el de Enemigo de todos (Hell or highwater; 2016). Sheridan recibió incluso la nominación al Oscar por este último. Y bueno, al momento que escribo sigue en cartelera su 2º largometraje como director, Muerte misteriosa (Wind River), que le significó en el más reciente Festival de Cannes el premio a mejor director de la sección Una cierta mirada. Así también, la película obtuvo el premio del público en el siempre reconocido Festival de Karlovy Vary. Tiene que ver con un asesinato en la nevada geografía de Wyoming; el de una jovencita native-american (india, pues) en circunstancias a dilucidar. Quien descubre el cuerpo es el cazador Cory Lambert (Jeremy Renner), mientras que el FBI asigna para el caso –por ser quien más cerca se encuentra– a la agente especial Jane Banner (Elizabeth Olsen), una novata que ni siquiera tiene ropa adecuada para el imposible clima de Wind River, la reserva india sede de los eventos. La agente Banner y Lambert unen esfuerzos para encontrar a los asesinos de la chica, mejor amiga, por cierto, de la hija de Lambert, también asesinada años atrás en circunstancias similares.
Muerte misteriosa es un drama construido con los modos y la estructura de un western clásico, aunque sin la presencia de su parafernalia genérica. Su tono imperante de inmensidad, languidez y desesperanza se altera dos o tres veces con escenas de una brutalidad que no sólo es disruptiva, sino por igual definitoria. La belleza y el cruel verismo del paisaje juegan un papel importante, como marco inhumano, distante, desatendido, para el tipo de tragedias que la cinta ilustra, exacerbadas por la información siguiente, ofrecida también en pantalla: en los EEUU no se llevan estadísticas sobre las desapariciones forzadas de mujeres nativas, ni de los hechos de violencia que las provocan. Muerte misteriosa es uno de los mejores films que se han visto aquí en el año; merece la atención de todos, más allá de su “personalidad” de bajo perfil, que le viene con naturalidad de dentro hacia afuera. Taciturno, con un boquete en el alma (y quizá sin saberlo, ávido de expiación), Jeremy Renner está perfecto en su personaje, dicho no en cuanto al rastreador que es, sino nuclearmente en cuanto al padre que arrastra el incontestable dolor por la pérdida de su hija. En cuanto a Elizabeth Olsen y el resto de los intérpretes, forman un ensamble muy sólido, con trabajos precisos, algunos conmovedores, de Julia Jones (Wilma), Graham Greene (Ben) y Gil Birmingham (Martin). Si todavía encuentran Muerte misteriosa en cartelera, no se la pierdan; y lleven a cuantos puedan a verla.
Otra película digna es El castillo de cristal, de Destin Daniel Cretton, basada en el libro autobiográfico de Jeanette Walls acerca de su crianza, y la de sus hermanos, por parte de unos padres amorosos pero caóticos, sin residencia fija (ni voluntad de establecerla), cuyo singular sentido de la libertad y la bohemia, de la rebeldía y la independencia, más bien tradujo para la familia entera en inestabilidad y fragilidades de todo tipo, incluida la pobreza extrema. La voz narradora e hilo conductor es la férrea Jeanette, encarnada muy bien por Brie Larson; pero el protagonista nuclear es Rex Walls, el padre (alcohólico, además), a quien interpreta Woody Harrelson, con total entrega como siempre. La madre, Rose Mary, corre a cargo de Naomi Watts. El castillo de cristal abunda en escenas apabullantes, sin que eso sea su mérito principal. La importancia del film está más bien en hacernos conocer una historia que no por ser “de familia” (disfuncional, pero unida y amorosa) deja de tener aristas alucinantes, ciertamente inconvenientes, en eso que cualquier purista podría llamar –especulo– “romanticismo equivocado” o algo así. ¿Pero saben qué? Aún después de tantos problemas y desencuentros, de tanta incertidumbre, al final del film el brindis de familia es: “Por un padre que jamás fue aburrido…”.