Este 2017 pude ver un centenar de películas en la sala cinematográfica; es decir, en pantalla grande. Como cada diciembre, me atrevo aquí a un balance personal, en busca de las que pudieran ser las mejores del año. Claro, no puedo juzgar lo que no vi (entre lo que están Coco y SW: el último Jedi) por mucho que gustasen a la clientela. Además, notarán la mención de algunas cintas del 2016, pero estrenadas entre nosotros hasta 2017. No están enlistadas en un “lugar” específico; y aclaro además que lo “genérico” entre paréntesis nace de un mero criterio ubicativo y de ninguna manera del rigor académico. En fin, aquí mi opinión, protegido como me deja el que sea sólo eso: una opinión. Vale, pues.
Las primeras cinco que me vienen a la cabeza son: Anestesia (drama), de Tim Blake Nelson; Paterson (melodrama), de Jim Jarmusch; La la land (musical), de Damien Chazelle; Dunkirk (drama histórico), de Christopher Nolan, y Aquarius (drama social), de Kleber Mendonca Filho. Sin espacio para incluir fragmentos de lo que en su momento escribí para cada una de ellas, elijo algo sobre Paterson y Aquarius para justificar el recuerdo. Paterson: Un chofer de autobús gasta su tiempo entre su trabajo, su esposa, pasear a su perro, beber una cerveza en el mismo bar y escribir poesía. Lo mismo todos los días; la dulce rutina de un tipo que no siente esa rutina como asfixia, sino como reafirmación. ¿Eso da para una película? ¿Dónde están el conflicto, la tensión, la lucha de los personajes? Están ahí, vestidos de cotidianidad, enmascarados en pequeñas variantes y sustentados en algo ya cuasi-imposible de creer: la convicción de que el ser humano es esencialmente bueno. Aquarius: Espléndida cinta sobre principios y dignidad, en tiempos en que el poder y la plata confabulan para transitar justo a contracorriente. Un film sobre valorar lo que se tiene no desde el dinero, lo que traduce en entender eso que tienes más como parte de lo que vives, de lo que sabes, de lo que quieres.
Otros cinco títulos a destacar: Manchester frente al mar (drama de familia), de Kenneth Lonergan; Silencio (drama histórico), de Martin Scorsese; Baby: aprendiz del crimen (thriller/acción), de Edgar Wright; Un amor inseparable (comedia romántica), de Michael Showalter, y Muerte misteriosa (crimen/misterio), de Taylor Sheridan. Aquí fragmentos breves de cómo me referí a las dos últimas. Un amor inseparable: Sus méritos evidentes: una historia bien escrita –simple, pero resonante– narrada con fluidez y claridad, con buen equilibrio de seriedad y humor, exenta de truculencia y de cualquier aire pretencioso. Además, las presencias y estupendos trabajos de Holly Hunter y Ray Romano como los combativos padres de Emily, que mucho aportan a la definición del tipo de “clima” en que se mueve la película. Muerte misteriosa: Construida con los modos y la estructura de un western clásico, aunque sin la parafernalia genérica. Su tono imperante de inmensidad, languidez y desesperanza se altera dos o tres veces con escenas de una brutalidad no sólo disruptiva, sino por igual definitoria. La belleza y el cruel verismo del paisaje juegan un papel nuclear, como marco inhumano, distante, desatendido, para el tipo de tragedias que la cinta ilustra.
Otros doce films destacados del año: Blade Runner 2049 (misterio/ciencia ficción), de Dennis Villeneuve; El porvenir (melodrama), de Mia Hansen-Love; Extraordinario (melodrama), de Stephen Chbosky; Una bella luz interior (melodrama), de Claire Denis; Eso (horror), de Andy Muschietti; Voraz (drama/horror), de Julia Ducournau; Graduación (drama), de Cristian Mungiu; ¡Huye! (misterio/horror), de Jordan Peele; Un don excepcional (melodrama), de Marc Webb; Los pasos de papá (melodrama), de Mike White; ¡Madre! (misterio/horror), de Darren Aronofsky, y Talentos ocultos (melodrama histórico/biográfico), de Theodore Delfi. La próxima semana ampliaré al respecto.