En este momento hay buenas películas en cartelera: La 4ª compañía, de Mitzi Arreola y Amir Galván Cervera, de la que ya hablé en este espacio; Yo soy Simon (Love, Simon), de Greg Berlanti, acerca de revelar quién eres y hacerlo sin necesariamente generar –ni generarte– conflicto; Un lugar en silencio (A quiet place), de John Krasinski, una suerte de parábola dual sobre el silencio como un don –nunca como obligación– y sobre no sofocar, bajo ninguna circunstancia, la posibilidad de decir a otro, a los otros, cuánto les amas; Sin amor, de Andrey Zvyagintsev, cinta rusa –un drama de familia– ganadora entre otras cosas del Premio del Jurado en el Festival de Cannes, del César francés y del premio a mejor film del Festival de Londres (el Oscar y el Golden Globe a mejor película en lengua extranjera, se le escaparon por un pelo); y hasta Noche de juegos (Game night), de John Francis Daley y Jonathan Goldstein, una comedia de misterio bastante inesperada que incluye en su reparto –siempre un plus– a Rachel McAdams. En contraste, siguen en cartelera, muy menores, El gran huracán categoría 5 (The hurricane heist), de Rob Cohen; María Magdalena, de Garth Davis; Devastación (Rampage), de Brad Peyton (pero es la Roca quien manda); y Titanes del Pacífico: insurrección, de Steven S. DeKnight, nueva entrega de aquel asunto iniciado en 2013 por Guillermo del Toro, quien aquí co-produce. Y bueno: de Tuya, mía, te la apuesto ya ni hablamos.
En otro orden de ideas, una buena noticia, hoy que tanto escasean: el neoyorquino Tribeca Film Festival recién anunció diversos apoyos monetarios –a través del TFI Latin America Fund— a 16 nuevas películas latinoamericanas y del caribe, entre las que están seis mexicanas. Ellas son: el drama La negrada, de Jorge Pérez Solano, cuyo núcleo son ciertas costumbres sociales (puestas a prueba por el argumento) de la comunidad afro-mexicana de Costa Chica, Oaxaca; Martínez, de Lorena Padilla, argumento en torno a un burócrata solitario y mayor que “encuentra el amor” a través de las pertenencias de su vecina fallecida; Las flores de la noche, proyecto documental de Eduardo Esquivel sobre un clan de jóvenes transgénero en lucha por defender su identidad, en el marco de un entorno conservador y opresivo; Cosas que no debemos hacer, proyecto documental de Bruno Santamaría acerca del misterioso hecho de que la isla de El Roblito, Nayarit, pareciera estar habitada sólo por niños; Dive (título en inglés), de David Pablos, en torno a una clavadista olímpica que debe confrontar su pasado a partir de lo que descubre de su pareja de saltos; y Sueños, de Juan Pérez, sobre un músico tzotzil que se entrega a servir a su comunidad, interpretando su don musical como vehículo del mandato de los Dioses.
En cuanto a los otros diez proyectos beneficiados, se trata de: La pecera (Puerto Rico), de Glorimar Marrero; Miriam miente (República Dominicana), de Natalia Cabral; El regreso del Sr. Roque Thielen a la isla de Akare-Meru (Venezuela), de Jorge Thielen Armand; Ceniza negra (Costa Rica), de Sofía Quirós; Felisa y yo (Chile), de Ingrid Isensee; Sumercé (Colombia), de Victoria Solano Ortega; No Kings (Brasil), de Emilia Mello; Esas chicas (Chile), de Alexandra Hyland; Loading (Cuba), de Yimit Ramírez, y Panquiaco (Cuba), de Ana Elena Tejera. Cabe mencionar que estos 16 proyectos de largometraje –de ficción y documentales– se encuentran en distintas etapas de desarrollo: desde guiones en preproducción hasta films prácticamente terminados que afinan ya sea su postproducción o sus convenios de distribución/exhibición. Enhorabuena a estos cineastas, con el deseo de que el público cinéfilo pueda acceder a todos estos trabajos.
Por último, se ha cumplido un mes de la desaparición de los tres estudiantes de cine de la Universidad de Medios Audiovisuales, en Tonalá, Jalisco. Nada se sabe, mucho se dice y pareciera que poco se hace. La fervorosa esperanza es que sigan con vida.