Fue grato empezar el 2019 viendo por segunda vez El regreso de Mary Poppins (Mary Poppins returns). Está nominada a cuatro Globes: mejor film musical o de comedia; mejores actriz y actor en un musical o comedia (Emily Blunt; Lin-Manuel Miranda) y mejor música original. Hay que reconocerlo: después de Mary Poppins (1964), el listón estaba muy alto para el director Rob Marshall, para Emily Blunt –tomando al personaje desde los zapatos de la incomparable Julie Andrews– para las canciones, tan atesoradas, y en general para toda la producción, dado el grandísimo cariño que la cinta original ganó, y conservó, al paso de los años. Cierto, una apuesta arriesgada la de El regreso de Mary Poppins; pero por fortuna bien librada, con sus dilemas resueltos de muy buena manera. En lo argumental es muy concreta: el viudo Michael Banks (Ben Whishaw) tiene sólo cinco días para resolver una deuda y evitar así que el Banco le quite su casa. En esta crisis –como caída del cielo (ejem)– reaparece Mary Poppins (Blunt), la nana de Michael y de su hermana Jane (Emily Mortimer) cuando niños, para ayudar en la situación, acompañada del farolero Jack (Lin-Manuel Miranda) y de los tres hijos pequeños de Michael. Estamos por supuesto en Londres, en tiempos de la Gran Depresión. En fin, que la nana mágica favorita de mi generación se tardó 54 años, pero volvió.
Porque no es un remake, no viene al caso comparar El regreso de Mary Poppins con su antecesora. Lo que puede decirse de ella es que es muy disfrutable, de nuevo plena de espíritu, de energía y de hermosas canciones. Prueba de lo bien que funciona es el hecho de que sus 130 minutos transcurren como agua, no sólo gracias a la fluida inercia de su atrapante música, sino también a su ensamble de personajes carismáticos (los villanos incluso), entre los que están –en apariciones breves, pero muy especiales– Topsy (Meryl Streep), Ellen (Julie Walters) y el Almirante Boom (David Warner). Las coreografías son imaginativas y vigorosas, muy cuidadas, destacándose quizá el número de Trip a little light fantastic, a propósito de iluminar tu camino (y encontrarlo) cuando parece que te has perdido. El diseño de producción es evocativo y todo en pantalla parece armonizar, con lo que, sumándolo todo, es difícil que la película no te guste. Tal vez su principal atributo es que mantiene los modos de la cinta original, pero incorpora también su propia identidad, sus rasgos particulares, en una sinergia tanto adecuada como agradecible. Así las cosas, El regreso de Mary Poppins es la gran opción de cine familiar en este momento, conozcas o no el clásico de 1964 (si lo conoces, tanto mejor). Finalmente –no es culpa de la película– debe reprocharse el subtitulaje de las letras de las canciones: se prefirió que resultase “poético” en vez de fiel a lo que dicen, distorsionando así las intenciones comunicativas. Mensaje a sus autores: en el caso de los musicales (y casi siempre, de hecho), la versificación es para el oído, no para los ojos. Lástima, porque el daño ya está hecho.
En otro orden de ideas, ¿qué deseos podemos aportar, desde la cinefilia, a este 2019? Desde luego –aunque ya la ha visto mucha gente– que Roma encuentre corrida comercial extensa (no excepcional ni ocasional) por todas partes del planeta. También, que sea para el cine mexicano mainstream un año de menos ligereza intrascendente y de más peso específico, entendido esto en cuanto a calidad narrativa y formal. Que se detenga en el país la creciente exhibición de películas dobladas al español, recuperando el subtitulaje, que evita perder la totalidad real de la obra. Que nos llegue pronto Cafarnaúm, de Nadine Labaki, para confirmarla –a Labaki– como la maravillosa directora que es, tras disfrutar de sus dos películas anteriores (en especial ¿Y adónde vamos ahora?). Y que nos llegue también el reestreno de La religiosa, de Jacques Rivette, película de 1966 basada, por supuesto, en la obra de Denis Diderot. Ya veremos (¿no es de eso que se trata el cine?).