Inexorablemente, esta columna semanal se acerca a su milésima aparición (leen ustedes la #998), lo cual no deja de asustar un poco: por el mucho tiempo transcurrido, claro, y también por los litros de “tinta” invertidos en todo ello (de una mejor forma a veces; en otras, no tanto). Como sea, hay que ir pensando si esa columna 1,000 deberá tener un contenido “especial” o no; y si es el caso, cuál y de qué tipo será ese contenido. Hay quince días para definirlo.
Mientras tanto, comento de manera breve tres de las películas en cartelera. After: aquí empieza todo (After), de Jenny Gage, es un melodrama romántico centrado en Tessa (Josephine Langford), a partir del día que se va de casa para iniciar su vida universitaria. Hija única, ha sido siempre una persona dedicada, tranquila –ejemplar, podría decirse– de lo cual surgen las altas expectativas de su madre (Selma Blair) sobre ella y sobre un futuro ilusionante. Pero Tessa conoce a, y se enamora de, Hardin Scott (Hero Fiennes Tiffin), un sombrío y rebelde compañero de universidad cuyas maneras de conducirse cuestionan la ordenada vida de la joven. A partir de ello, Tessa cambia, con las consecuentes sacudidas a su entorno presente y, en prospectiva, a los escenarios de su futuro. Más allá de que este “resorte de 1er acto” puede admitirse como promisorio, After: aquí empieza todo no marcha bien. Se plantea demasiado pronto –pero sin establecer con certeza lo más esencial de sus personajes nucleares– y después extravía tanto el propio rumbo como el interés del público, con decisiones y reacciones (de casi todos) que no parecen corresponder ni a esos personajes ni a los eventos circundantes. El resultado es una cadena de lugares comunes que torna predecible a la película, cada vez más ansiosa de reencontrarse (casi “como sea”), lo cual ya no sucede. Y poco ayuda una evidente intención de recordarnos a Crepúsculo, sin el universo vampiresco, claro. Una muy mala idea.
Por su parte, bien puede verse Un amor inquebrantable (Breakthrough), de Roxann Dawson, pero con una alta dotación de kleenex a mano. Establezco que es una película de fe, o sobre la fe, basada en hechos reales según se afirma. Un adolescente (Marcel Ruíz) queda atrapado en aguas congelantes, sin poder respirar largos 15 minutos. Cuando en el hospital los médicos le declaran carente de signos vitales y por ende muerto, las fervorosas plegarias de su madre (Chrissy Metz) derivan en que le reaparezca el pulso al chico, aunque mínimo. Se reanuda así la incansable lucha por salvarlo, aun en medio de los más obscuros pronósticos. Un amor inquebrantable es de esas películas, digamos, sin “clase media”: o la aceptas por completo y te entregas a ella (generalmente porque también tú eres una persona de fe) o de plano la descartas al sentirla “sesgada” (desde una postura más bien escéptica). No obstante, hay que decir que es muy conmovedora –inspiradora, incluso– y que apuesta por un agradecible equilibrio que tiende a distanciarse en lo posible de la emotividad truculenta. En el reparto, Topher Grace y Josh Lucas son otros dos nombres conocidos.
Finalmente, El complot mongol, de Sebastián del Amo, es la nueva adaptación de la novela homónima de Rafael Bernal, después de la versión dirigida en 1978 por el vasco Antonio Eceiza. En tiempos de la Guerra Fría, al detective Filiberto García (Damián Alcázar) se le ordena investigar una presunta intriga china para asesinar al Presidente de EEUU durante su inminente visita a México. Visualmente muy atractivo y con diseño de producción sobresaliente, el film, sin embargo, se distrae de lo esencial con una serie de sub-tramas equívocas y de personajes vaporosos que poco suman y más bien confunden al espectador. Una lástima, porque la estamina del cast alcanzaba para algo más redondo. Cheqen (además de Alcázar): Eugenio Derbez, Bárbara Mori (aunque, ¿de china?), Roberto Sosa, Lisa Owen, Rodrigo Murray, Salvador Sánchez, etc. Maldita intriga internacional…