Hace ocho días ubiqué aquí mismo El cuento de las comadrejas, de Juan José Campanella, como una comedia negra relativa a cuatro cineastas retirados –una actriz legendaria y su esposo actor (Graciela Borges-Luis Brandoni), un director de cine (Oscar Martínez) y un guionista (Marcos Mundstock)– que comparten una mansión (propiedad de Mara, la actriz) en relativa paz y tranquilidad, disfrutando lo más posible del último tramo de sus vidas. Así hasta el día que irrumpe en su cotidianidad una joven pareja de ejecutivos (Clara Lago-Nicolás Francella) que, ocultando sus verdaderas intenciones, convence a Mara de poner su casa en venta, endulzándole el oído con la posibilidad de un regreso a la actuación y a la fama. Pero claro, los varones –en especial Norberto el director y Martín el guionista—no se cruzan de brazos ante el riesgo de quedarse sin hogar. Así pues, se desata un cuerpo a cuerpo entre las facciones, ambas con recursos para la batalla: Bárbara y Francisco, los empresarios, con la segura arrogancia de su “vigencia” y posición; Norberto, Martín y Pedro (éste, marido de Mara), los amenazados lobos de mar –supuestamente obsoletos– con la sabiduría de sus muchos años, catalizada a niveles maquiavélicos por la urgencia y gravedad de las circunstancias. Por su parte, en medio de los cinco, Mara se convierte en la figura bisagra, péndulo entre la manipulación de los otros y la que se ejerce ella misma –cual moderna Norma Desmond fuera de Sunset Boulevard— obnubilada por la ilusión de su “regreso” a los reflectores, ya lista (claro) para nuevos close-ups. 

El cuento de las comadrejas es ingeniosa y divertida, realizada y actuada a muy alto nivel. Acostumbrados a la guerra de los sexos, lo que más bien ofrece es una versión de “guerra entre generaciones”, con incluso algún equilibrio en el punto de vista, más allá de que sean los seniors los verdaderos protagonistas. Destaco pues que la cinta no sólo entrega la visión de “desprecio por los viejos”, puesto que en realidad está por igual una dosis de “desprecio por la juventud”. Vamos: las cosas, según del color del cristal con que se mire. Desde esa base, la contienda se hace encarnizada (aunque siempre desde el territorio aparente de lo “políticamente correcto”) sin certeza mayor de que los presuntos victimarios logren mantener ese status, ni de que las presumibles víctimas necesariamente acaben siéndolo. Y en ese ring de la vida –para peleadores de altos vuelos– abundan los diálogos ingeniosos e inteligentes, plagados de sarcásticos one-liners que rematan y cierran cualquier discusión en favor del último hablante. Un entorno ideal –de concepto, argumento, atmósfera e implicaciones– para que Campanella confirme toda su capacidad y agudeza, todo su oficio, sobre el arte de narrar a través del cine. El cuento de las comadrejas está basada en el guion escrito para otra cinta argentina, de 1976: Los muchachos de antes no usaban arsénico, dirigida por José A. Martínez Suárez. Seguir en cartelera al leerse estas líneas significaría su 3ª semana de exhibición, algo no menor entre leones reales, superhéroes y secuelas de clásicos animados. La película de Campanella ha sido, con distancia, la mejor opción en cartelera de los últimos días.

Otra película que ha llamado la atención es Ted Bundy: durmiendo con el asesino (Extremely wicked, shockingly evil and vile), de Joe Berlinger, sobre el tristemente célebre Bundy, asesino serial que quitó la vida a decenas de mujeres jóvenes (niñas incluso) durante los 70s en EEUU. La cinta no muestra al carismático Bundy (Zac Efron) cometiendo dichos asesinatos, en favor del beneficio de la duda del espectador; lo hace, en contraste, defendiéndose en la corte de la lluvia de cargos en su contra, así como desde su devoción por Liz (Lilly Collins), la madre soltera que fue su pareja sentimental a lo largo de esos años. Un Ted Bundy que mantuvo siempre su bandera de “inocente”, hasta que…

Alfredo Naime

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