En orden alfabético, inicio aquí (1ª de tres entregas) el balance anual de lo exhibido en las salas cinematográficas de nuestra región. Se limita por supuesto a lo que pude ver, lo que abre la posibilidad de que algo meritorio se me haya escapado y quedado fuera. En el listado incluyo El irlandés, que no ha tenido corrida comercial por ser producción de Netflix, lo cual no le resta el derecho a ser considerado. Aquí los primeros 6, de 15 títulos.
Cafarnaúm, de Nadine Labaki. En un barrio marginal de Beirut, un niño decide demandar a sus padres, llanamente, por haberlo concebido en un mundo de inequidad y maltrato infantil. Receptora en Cannes del Premio del Jurado Ecuménico (se otorga al film que mejor exponga solidaridad y valores humanos) “por exponer sin concesiones, a través de la historia de un pequeño, la infancia maltratada; y por proponer un viaje iniciático imbuido de altruismo”. Cold war, de Pawel Pawlikowski. Arranca en la Polonia de los 50s, construyéndose como una historia de amor loco entre un director de orquesta y una joven cantante campesina, a quienes el entorno político asfixia y determina. Obra maestra de tonos trágicos y creciente desesperanza (uno de sus temas es la pasión amorosa rodeada de imposibles), que no se hace amarga ni pierde hondura o su belleza inherente. No se hacen películas como esta todos los días. Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar. Salvador es un director de cine que ha dejado de trabajar y al que castigan problemas de salud, en medio de una depresión cotidiana. Pero un par de eventos darán nuevo impulso a su vida y la ocasión de una postergada introspección en busca de hacer las paces consigo mismo. Contenida, intimista, de flujo muy controlado, es tal vez la cinta más personal en la filmografía del director manchego. La pasión ahí está, sutil pero omnipresente, esta vez ofrecida sin explosiones pero a la altura de cualquier melodrama almodovariano que se precie.
El cuento de las comadrejas, de Juan José Campanella. Cuatro cineastas retirados, que comparten una mansión para el tramo final de sus vidas, ven su estabilidad amenazada cuando una joven pareja de ejecutivos (que oculta sus intenciones) intenta que la vendan, prometiendo a la propietaria, una ex-diva, su regreso a la fama añorada. Pero los otros tres (varones) no se cruzan de brazos ante el riesgo de quedarse sin hogar, y la contienda se hace encarnizada. Ingeniosa y divertida comedia negra –una guerra entre generaciones— realizada y actuada a muy alto nivel. Abundan los diálogos sarcásticos e inteligentes, plagados de ingeniosos one-liners. El irlandés, de Martin Scorsese. Desde el asilo en el que espera su muerte, Frank Sheeran cuenta su vida como sicario de la mafia italiana de los 60s y 70s, que lo llevó a compartir eventos y estrecha amistad con Jimmy Hoffa –el poderoso presidente del sindicato de traileros del país– hasta su desaparición nunca aclarada. Film superlativo, abrumador en toda su calidad y detalle, relativo a temas como supervivencia, culpa, poder, lealtad (y sus contrapartes), frente al inevitable dilema de “armonizarlos” con esos esenciales de respetabilidad y familia. Tres tiempos fílmicos, 210 minutos y personajes de rasgos trágicos –actuados al más alto nivel– para un relato crepuscular ejecutado con maestría. Érase una vez en Hollywood, de Quentin Tarantino. 1969; mientras un actor semi-olvidado busca alternativas para seguir vigente en el horizonte del público, la vida en Los Ángeles y en la Meca del Cine sigue adelante, entre los rasgos de identidad de los 60s: comunas, hippies y protestas por la guerra de Vietnam. Justo los tiempos que vincularon a Sharon Tate y Charles Manson, en eventos que Tarantino reinterpreta. Érase… es más una película sobre la habilidad formal de narrar que sobre lo narrado, si bien las revisiones genéricas se hacen presentes y en pista central. 161 minutos que discurren sin dificultad, sorprendiendo en cada escena con ocurrencias y giros variopintos, que en principio están no para el gusto del espectador, sino para el gusto y deleite de Tarantino himself. (Continuará)