Por fin pude ver por 2ª ocasión Parásitos, de Bong Joon Ho, que recién obtuvo el Golden Globe a film en lengua extranjera y que ahora presume seis nominaciones al Oscar (a mejores película, película en lengua extranjera, dirección, guion original, edición y diseño de producción). Como lo adelanté en la columna de la semana pasada, tiene que ver con una familia marginal –los Kim, compuesta por los padres, hijo e hija– que completa, pero ocultando su parentesco, se infiltra en otra familia –los Park, millonaria, de alta sociedad– como staff de servicios diversos. Fungen como profesor (el muchacho), chofer (el padre), ama de llaves (la madre) y tutora de arte (la chica), impostores todos al no tener acreditación oficial alguna para desempeñarse como tales. De hecho, los puestos ocupados por los padres “abren” tras de que los chicos provocan el despido de los dos empleados previos. Así, de desempleados sin nada, los Kim pasan a tener posición y sueldos ventajosos, a expensas de los inadvertidos Park, que gozan de su nivel no sólo en función de sus ingresos, sino también por la vía de los ostentosos alardes vinculados a su status. Los Kim, ya inmersos en los Park, son en efecto sus “parásitos”, disfrutando por vez primera, a pesar de la tradicional estructura de clases vertical. Pero su ¡ya la hicimos! muy pronto trastoca en algo dramáticamente distinto; la vida les tiene destinada otra cosa.
Parásitos inicia como una suerte de comedia en torno a bribones de poca monta, con un inesperado, demoledor, giro tonal al drama de tintes trágicos. Una fábula no exenta de metáforas (de notaciones críticas), sobre las brechas –mayoritariamente insalvables– sobre los que tienen y “los que quisieran tener”. Un claro ejemplo de esto: los Kim viven en lo que ellos mencionan como un semi-sotano, viendo siempre hacia arriba; los Park, en una mansión a la que se llega (literal: a la que se asciende) por una calle inclinada, que por supuesto te permite ver hacia abajo. No destaco con esto la obvia diferencia entre residencias, sino el perenne punto de vista: así ven siempre los desposeídos a los que tienen todo; así ven los poderosos, los patrones, a los que no tienen nada. La diferencia –literal y metafórica– entre quienes subsisten en el subsuelo y los que están y viven a nivel de cielo. Claro: la vida es una rueda de la fortuna, que puede deparar a cualquiera, a todos (de nuevo, literal y metafóricamente) subsuelos contundentes, impensados, eventualmente incontestables. O esa al menos parece ser la advertencia de Bong Joon Ho. Parásitos es una película redonda, muy especial, de esas que no olvidas fácilmente. Su primer visionado básicamente te impacta, siendo la segunda mirada la que hace evidentes todos sus matices y virtudes. Ojalá tenga muchas semanas de exhibición, que permita ese segundo visionado al público cinéfilo.
¿Y cuáles son los estrenos en salas locales que esperamos con ansia? Hay de dulce, de chile y de manteca. Desde luego, el drama bélico 1917, de Sam Mendes, ganadora (¡sorpresivamente!) del Golden Globe a mejor película dramática y receptora de diez nominaciones al Oscar. Por igual, Jojo Rabitt, de Taika Waititi, comedia satírica en la que el propio director interpreta (sin ser el protagonista) a Adolf, un Hitler imaginario. También, Perdí mi cuerpo, de Jérémy Clapin, considerado “uno de los films animados más visualmente conmovedores y creativos que se hayan hecho”. Y finalmente, Monos, del brasileño Alejandro Landes –una coproducción multinacional con dinero de Colombia, Argentina, Países Bajos, Alemania, Suecia, Suiza, Uruguay, EEUU y Dinamarca– relativa a comandos adolescentes que conviven y entrenan en la soledad de las montañas, para “misiones” no siempre claras para ellos. Ahora bien, ¿llegarán a tener algún tipo de exhibición comercial –en salas, pues– Historia de un matrimonio y Los dos Papas? Ambas lo merecen, más allá de las opiniones que, a la fecha, han venido generando.