En los recientes Golden Globes, de alguna forma fue sorpresa que 1917 recibiera el premio a mejor película dramática, superando a El irlandés, de Martin Scorsese. Y fue aún más sorpresa que su director Sam Mendes fuese el galardonado como mejor director, en vez del neoyorquino nacido en Queens. La sorpresa ya no es tanta después de ver la película. 1917 tiene una línea argumental delgada, pero no menor: en la 1ª Guerra Mundial, a dos soldados ingleses (actuados por Dean-Charles Chapman y George MacKay) se les ordena cruzar, a contrarreloj, territorio enemigo, a fin de avisar a un regimiento de 1600 hombres que su proyectado ataque a los alemanes los conduce a una trampa mortal. Es decir: se trata de llegar a tiempo y con bien para salvarles la vida, o fracasar en el intento y perder a todos esos hombres, entre los que, por cierto, está el hermano mayor de uno de los mensajeros. Se trata de un relato inspirado en historias contadas a Sam Mendes por su abuelo, veterano de aquel conflicto.

En lo formal, este argumento está entregado de manera sorprendente, complicada por definición: a través de un aparente plano-secuencia, transmisor de la idea de que todo se nos cuenta en un solo y larguísimo plano, sin cortes. Más allá de que eso sea real o no (no lo es), la apuesta por este recurso narrativo hace sentir al espectador que siempre acompaña el periplo de los viajantes “desde dentro”, estrictamente a su ritmo, como testigo inmerso en sus vicisitudes. Así, el cinéfilo es un tercero que respira con ellos, que se agota con ellos, que padece con ellos, en la sensación de un aquí y ahora en tiempo real. Podría pensarse que el destino evidente de esa apuesta sería el de agotarse antes de la primera media hora, demostrándose limitante y fastidioso. Pero de hecho resulta lo contrario: el recurso de esa “toma única” (dos, acaso) acentúa el sentimiento de urgencia por el paso del tiempo, que se agota igual de rápido que el agua de las cantimploras y al presumible ritmo de cualquier (escasa) dosis de suerte. Ante todo lo comentado, por obvias razones asume relevancia especial la fotografía de la película en lo global, y el manejo de cámara en lo particular. Pero no sólo en lo relativo a la percepción del logro dramático/artístico del plano-secuencia, sino también de hecho en las atmósferas, las texturas, los contrastes y los juegos de luces y sombras de las imágenes resultantes, que “colorean” las angustiantes aristas de la guerra y revelan su escalofriante, descarnada, identidad. 1917 es pues una película muy relevante, de realización impecable, que podrá gustar más o menos a cada persona, pero que difícilmente puede obviarse por la estatura y oficio de su realización. Además, algo me dice que será incluso mejor valorada, y aún más respetada, al paso del tiempo.

Por otra parte, en una vertiente totalmente diferente, me animé a ver (con expectativa) Cindy la regia, de Catalina Aguilar Mastretta y Santiago Limón a partir del personaje de comic creado por Ricardo Cucamonga. En ella, Cindy (Cassandra Sánchez Navarro) —niña bien de San Pedro Garza García, que toda su vida ha soñado casarse—por fin recibe la ansiada petición y el anillo de compromiso, justo durante su lujosa fiesta de cumpleaños. Contra todo pronóstico, la chica se apanica y literalmente sale huyendo a la Ciudad de México. “Tal vez aquí”, piensa, podrá encontrar al hombre con el que sí quiera (con certeza) casarse. Porque eso es lo que ha querido siempre…¿o no? Cindy la regia es una divertida sátira social –abanderada por su fresca y desenvuelta protagonista– que, ligera e inofensiva en apariencia, además tiene lo necesario no sólo para entretener (la intención primaria), sino también para hacerte pensar en dos-tres cosas relativas a prejuicios de género, de clase social y, but of course, de amplitud de metas. ¿Por ejemplo (entre varios más)? El desagradable e injusto “sólo trabaja mientras se casa”. Cindy la regia no será la cinta más trascendente del año, pero “tipo, tiene lo suyo…¿ya sabes?”.    

Alfredo Naime

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