No pude ver la ceremonia de entrega de los premios Oscar por un tema de familia, pero reviso los resultados –ya conocidos por todos– y son pocas las sorpresas. Pero tal vez lo sea que Hollywood y la Academia se hayan permitido premiar a la sudcoreana Parásitos no sólo como mejor película internacional, sino incluso como la mejor película del año all around; primera vez que eso sucede con una cinta hablada en un idioma diferente al inglés. Recibió además las estatuillas a Dirección y a Guion Original, reforzando la estatura de sus méritos para ser la gran triunfadora de la noche. No hace mucho me referí a ella en este espacio (hace cuatro o cinco viernes) y me gustaría recordar en la columna de hoy algunos fragmentos de lo que en su momento escribí acerca de Parásitos, dirigida por Bong Joon Ho. En específico lo siguiente…
1) Tiene que ver con una familia marginal –los Kim, compuesta por los padres, hijo e hija– que, ocultando su parentesco, se infiltra en otra familia –los Park, millonaria, de alta sociedad– como staff de servicios diversos. Ya como “parásitos” de los Park, los Kim pasan de desempleados pobres a la posibilidad del disfrute: por vez primera y a pesar de la tradicional estructura vertical de clases. Pero eso trastoca pronto en algo dramáticamente distinto; la vida depara a los Kim otra cosa. 2) Parásitos inicia como una suerte de comedia en torno a bribones de poca monta, con un inesperado, demoledor, giro tonal al drama de tintes trágicos. Una fábula no exenta de metáforas (de notaciones críticas) sobre las brechas –mayoritariamente insalvables– sobre “los que tienen” y “los que quisieran tener”. La diferencia –literal y metafórica– entre quienes subsisten en el subsuelo y quienes viven y están a nivel de cielo. 3) Claro, la vida es una rueda de la fortuna, capaz de deparar a cualquiera, a todos (de nuevo, literal y metafóricamente) “subsuelos” impensados, contundentes, eventualmente incontestables (o esa parece ser la advertencia de Bong Joon Ho). 4) Parásitos es una película redonda, muy especial, de esas que no olvidas fácilmente. Su primer visionado básicamente te impacta, siendo la segunda mirada la que hace evidentes todos sus matices y virtudes.
En cuanto al Oscar a mejor actuación estelar, masculina y femenina, ¿qué escribí semanas atrás a propósito de los ganadores, Joaquín Phoenix (Joker) y Renée Zellweger (Judy)? De Phoenix, lo siguiente: Joker es una película genuinamente sorprendente, atractiva a pesar de la aspereza de su texto y contexto, que se sostiene en el tour de force actoral del competente e intenso Joaquín Phoenix, que de aquí en más será “el que hizo Joker” para las audiencias cinéfilas. 25 kilos debajo de su peso, Phoenix se apropió de Arthur Fleck con una escalofriante mezcla de lucidez (a contracorriente del estado mental del personaje), convicción, candor y crueldad, para ubicarlo en la “backstory” –a discutir– de quien años después sería la némesis por excelencia, decantada, de Batman. Un trabajo memorable del que no dejará de hablarse en mucho tiempo. Y sobre Zellweger: Comprensiblemente un melodrama (en esencia por los rasgos de los eventos londinenses), lo mejor de Judy es el extenuante trabajo de Renée Zellweger, que incluye el hecho de que es ella misma la intérprete de las canciones que escuchamos. Un desempeño sensible, contenido –que más que “replicar” al personaje, lo encarna– que a ratos genera la sensación de que Judy es un film algo mayor. No es así, pero se apropia de la indudable relevancia de Garland para sus mejores momentos; tal vez esos en los que la entertainer sale al escenario a pesar de ella misma: a pesar de su honda tristeza, de su frecuente alcoholismo, de su fragilidad emocional. En fin, terminó la anual expectativa sobre los premios Oscar. Ya veremos cuánto cine valioso depara el 2020, que en su momento será el que renueve esa expectativa, con la puntualidad y el interés de siempre.