Cada nueva oportunidad de ver un trabajo de Juliette Binoche, se agradece. Ahora mismo es el caso de No soy quien crees (Celle que vous croyez), dirigida por Safy Nebbou. Binoche interpreta a Claire, una cincuentona divorciada que, según declara, teme al olvido, llanamente entendido como “soledad”. Cuando su joven amante Ludo (Guillaume Gouix) la abandona, Claire recurre sin malas intenciones, sólo para seguirle la pista, a un perfil falso en Facebook –se presenta como una guapa veinteañera llamada Clara— pero más bien se involucra, de manera intensa, con Alex Chelly (Francois Civil), el roomie de Ludo. Conforme el tiempo avanza, siempre on-line y sin conocerse, la relación entre ambos crece, se hace apasionada y comienza a írsele de las manos a Claire a medida que Alex insiste más y más en encontrarse. Sin poder enfrentarle, dado que Alex está enamorado de la idea de una mujer muy distinta, Claire entiende la encrucijada, que está en su límite. Así, no queda más que tomar decisiones, que por supuesto arrojan consecuencias y, por ende, “daños colaterales”.
Porque de muchos modos está en su frontera, a No soy quien crees puede leérsele como un melodrama contenido pero intenso, o como un drama acotado de personaje. No se trata de una película sobre las redes sociales –aquí importantes, pero pretexto– sino sobre temas vinculados a cómo (con qué prejuicios, con qué temores, con qué calidad) nos relacionamos en la vida contemporánea, en especial en cuanto a lo afectivo. Cuestiones, claro, que tienen que ver con la edad, con la personalidad, con tu pasado y, en lo global, con el balance emocional de ese pasado, mediato e inmediato. Claire es la persona resultado de todo esto: en terapia, lacerada por la partida de su marido (hacia una mujer mucho más joven), con hijos adolescentes (cuya “madrastra” es apenas mayor que ellos), profesional exitosa, pero anhelante e incompleta en cuanto a su necesidad de una nueva vida afectiva, que como ya se dijo, sea rescate de un eventual aislamiento, más inminente conforme se avanza en edad. De ahí el punto de partida argumental: Claire no quiere hacer daño con la treta en Facebook, que incluso se percibe inocente; sólo pretende “explorar”, sin saber qué resulte ni cómo. Pero toda acción genera una reacción, en especial si encaminada a través de la inmediatez y desproporción de los modernos foros digitales. Es en ello que está el núcleo y foco de No soy quien crees, con sus 2-3 giros de tuerca finales y con su incursión por lo que es real y lo que es ficticio en torno a Claire, entregada con enormes substancia, definición y estatura por la extraordinaria Juliette Binoche, en uno de los trabajos más notables de su carrera.
Otro film que llama la atención es Honey boy (eso de Un niño encantador es en verdad risible), primer largometraje de ficción de Alma Har’el, escrito por el actor Shia LaBeouf. De hecho, se trata de una mirada del propio LaBeouf a su infancia como niño actor, muy marcada por la turbia relación con su padre –un alcohólico inestable y visceral– quien fungió todo ese tiempo como “tutor/representante”, asalariado de su propio hijo. La película está contada en dos tiempos, dando el nombre de Otis Lort al personaje. En el tiempo presente, Otis, atormentado y ya veinteañero, está encarnado por Lucas Hedges; atraviesa los “efectos” de la relación temprana con su padre: es adicto, impulsivo, violento, pero sobre todo está necesitado de “hacer las paces” con su padre y con los recuerdos que los vinculan, para reconciliarse con su pasado y consigo mismo. En ese pasado, al Otis de apenas 12 años lo interpreta Noah Jupe, cuya actuación es en verdad sorprendente. Un film/catarsis, pues, para Shia LaBeouf, que alcanza a ser poderoso y sincero, pero también doloroso por obvias razones. Obtuvo en Sundance el Premio Especial del Jurado a film dramático, igual que diversos reconocimientos en otros festivales.