Más allá del tema (no negociable) de permanecer en casa, a los que estamos acostumbrados a ambos nos cuesta pasarla sin ir al cine y sin ver futbol. Por ello, nos “ponemos las pilas” e intentamos aprovechar opciones sustitutivas, que existen, pero que son, debe decirse, de menor impacto. Porque no es lo mismo ver repeticiones de partidos (conoces ya su devenir y marcador), ni lo mismo enfrascarte con películas de años anteriores –que las hay excelentes– acostumbrados como estamos a la expectativa natural de ir viendo “estrenos”. Pero es lo que se puede ahora mismo y uno lo agradece. Además, hablando de cinito, la variedad ofrecida por plataformas como Netflix y otras te van dando la ocasión de conocer films que antes no pudiste. Es decir, para ti son “estrenos”, más allá de que tengan 3, 4 o más años de su aparición. Aquí cinco títulos a los que he podido acercarme a lo largo de estos días, desde el sillón familiar; dos ficciones y dos documentales. No los abordo como ejercicio crítico, sino como mera referencia de cinéfilo a cinéfilo, por si alguno se les antoja. Pude verlos en Netflix.
Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake; 2016), de Ken Loach. Ubicada en Inglaterra, es un drama relativo a un obrero sexagenario que, después de un ataque cardiaco, busca recibir los apoyos del Estado por incapacidad y desempleo, enfrentándose a una burocracia impersonal, lenta, rígida e insensible. En lo tortuoso de ese camino, conoce a una joven madre que también es víctima del infierno burocrático, y decide ayudarla. Es decir que Daniel Blake (Dave Johns) ya no tiene un problema enorme; ahora tiene dos. Película resonante y emotiva, que además es graciosa en las dosis adecuadas.
The Meyerowitz stories: new and selected (ídem; 2017), de Noah Baumbach. Los hermanos Meyerowitz —Danny, Jean y Matthew— que poco se ven y conviven, tienen cada cual su vida o en crisis o descompuesta. Congregados en la casa de su padre –un escultor otrora reconocido– van reencontrarse “a fuerza”; no sólo por una eventual exposición crepuscular del patriarca (Dustin Hoffman), sino por algo más inesperado aún. La película es del mismo director que recién sorprendió con Historia de un matrimonio. Se suman a Hoffman en ella: Adam Sandler, Ben Stiller, Emma Thompson, y hasta Adam Driver en una aparición pequeñita.
Cuba y el camarógrafo (Cuba and the cameraman; 2017), de Jon Alpert. Un documental sorprendente, sobre el devenir de Cuba a lo largo de cuatro décadas, desde el relativo entusiasmo de los 70s hasta la muerte de Fidel en 2016, pasando por la desaparición de la Unión Soviética y el consecuente cese de todos los apoyos que brindaba a la isla. El conducto narrativo está en el impacto de todo esto sobre tres familias cubanas. Por supuesto llama mucho la atención cómo el realizador Alpert pudo filmar –siendo norteamericano– ganándose la simpatía de Fidel y todo ese acceso a su persona.
El Pepe: una vida suprema (El Pepe: a supreme life; 2018), de Emir Kusturica. José Mujica, 40º presidente del Uruguay (2010-2015), es el personaje –grandioso– de este documental. Las reflexiones y testimonios no sólo abarcan su presidencia, sino además, con mayor resonancia, todo lo anterior que resultó semilla: su juventud militante y guerrillera, sus años preso, sus compromisos de vida y, consecuentemente, su vida comprometida. ¿Con quién? Con el bienestar de la gente de su país, pero también con el sentido profundo de vivir y servir en lo global. Todo un legado, origen de una popularidad auténtica, tan justificada que resulta insólita. El retrato conmovedor, de alguien genuinamente especial.
Ya sin espacio para ampliar, dejo dos títulos más que también disfruté: el documental Rolling Thunder review, de Martin Scorsese (en torno al célebre tour de Bob Dylan), y Whisky, inteligente ficción uruguaya de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll.