Desde que inició la instrucción de quedarnos en casa, he propuesto en este espacio, cada semana, algún ciclo fílmico que nos permita invertir de forma valiosa (y grata, claro) el tiempo que pueda destinarse a la distracción y el descanso. Con cuatro películas de este siglo, toca turno al cine argentino. De ellas, tres son de Juan José Campanella. Las entrego en orden cronológico, según su respectivo año de producción.
El hijo de la novia (2001), de Juan José Campanella. Cuarentón, Rafael (Ricardo Darín) vive una crisis de insatisfacción, incapaz de distinguir lo importante de lo urgente. Inesperadamente, su padre le comunica la intención de casarse con Norma, su madre, a la que Rafael no ha visto desde su ingreso a un geriátrico por Alzheimer. Aunque de inicio el tipo no le ve sentido a este “proyecto”, termina entendiendo (después de un infarto) cuánto significa para sus viejos; e incluso lo traduce en una señal para reencontrarse y reorientar su vida desde criterios más esenciales, con la familia como faro de una nueva trayectoria. Melodrama agridulce de muy buena factura, cuyos méritos principales son: una naturalidad que lo hace fluir convincentemente; un sentido del humor constante; una agradecible calidez en todos sus personajes, y –sustento del andamiaje– actuaciones memorables.
El secreto de sus ojos (2009), de Juan José Campanella. Una mujer, Liliana, es asesinada. Espósito (Darín, de nuevo), el investigador a cargo, se da a la tarea de encontrar al culpable, magnetizado además por la omnipresente pasión amorosa del viudo. A su vez, Espósito está enamorado de Irene (Soledad Villamil), su nueva jefa, a la que conoce justo la mañana del crimen. Al paso de los años, pesan como una loza diversas heridas abiertas: la impunidad del asesino y la consecuente frustración de Espósito; el amor evidente –nunca declarado ni consumado– entre él e Irene, y la inacabable pasión del viudo por Liliana, cuya muerte le ha congelado en el tiempo, entre la acechanza y el rencor vigente. Absorbente drama/thriller –narrado en tres tiempos que se alternan– excepcionalmente actuado por todos. Tiene al menos tres secuencias que apuntan a convertirse en clásicas, y a uno de los personajes mejor perfilados del cine contemporáneo: Sandoval (el asistente de Espósito), encarnado por un excepcional Guillermo Francella.
El clan (2015), de Pablo Trapero. En la Argentina de los 80s, entre los estertores de la dictadura militar y el regreso a la democracia, la familia Puccio se dedicó al secuestro, frecuentemente asesinando a los secuestrados. Basada en hechos reales, lo terrorífico no sólo radica en eso, sino además en la aparente “normalidad” de los Puccio: una familia “respetable” –el padre, la madre, los cinco hijos– cuya cotidianidad es como la de cualquier otra (y sí: bendicen la mesa antes de recibir los sagrados alimentos). El clan es por ello más bizarra, más espeluznante, contada desde el punto de vista de sus miembros y liderada por una actuación helada, quirúrgica, del extraordinario Guillermo Francella como el patriarca. Tan alucinante, que genuinamente cuesta creerlo.
El cuento de las comadrejas (2019), de Juan José Campanella. Cuatro cineastas retirados que comparten una mansión en el tramo final de sus vidas, ven su estabilidad amenazada cuando una joven (y tramposa) pareja de ejecutivos intenta que la vendan, prometiendo a la propietaria –una moderna Norma Desmond fuera de Sunset Boulevard— su regreso a la añorada fama. Pero los otros tres (varones) no se cruzan de brazos ante el riesgo de quedarse sin hogar. Consecuencia: la contienda se hace tanto encarnizada como maquiavélica. Ingeniosa y divertida comedia negra –una guerra generacional en el ring de la vida– realizada y actuada a muy alto nivel, en la que son los seniors los protagonistas centrales. Abunda en inteligentes diálogos sarcásticos, permeados de ingeniosos one-liners que rematan y cierran cualquier discusión en favor del último hablante (como debe de ser).