El ciclo que propongo esta semana está integrado por films con un entorno de familia. Es decir que no ven a la familia como tema, sino más bien sus argumentos parten o derivan del núcleo familiar. Son cinco títulos, ordenados según su año de producción.
El sur (1983), de Víctor Erice. Se ubica en 1957 en el norte español, con flashbacks a 1950, segunda década del franquismo. Su núcleo es Estrella, niña solitaria fascinada con la figura de su padre médico, e intrigada con el misterio de su pasado en “el sur”, cuyas tierras no conoce y parecen encerrar las claves de todo lo que ella necesita saber. El sur es melancólica, poética, lenta en la mejor de sus acepciones, sustentada en la necesidad de entender, desde la mirada infantil, las razones que hacen que un ser querido perfecto, todopoderoso, materialice al paso del tiempo en lo que realmente somos: seres incompletos y con dudas que buscando hacer lo deseado (ya no digamos “lo debido”) hacemos sólo lo que podemos, casi siempre a contraflujo de nuestros empeños e ilusiones.
La habitación del hijo (2001), de Nanni Moretti. La vida de una familia armónica e integrada se trastoca por completo tras la inesperada pérdida del hijo mayor; un mazazo trágico y brutal que la convierte en añicos. Sentida reflexión sobre el dolor humano y espejo para conocer de frente la espiral de la desesperación sin tregua. Retrato global, pues, de las implicaciones y figura que tiene la impotencia. La habitación del hijo es, al mismo tiempo, una película muy triste, que a su manera termina siendo optimista; un hermoso trabajo artístico, acuñado con tanto amor como talento; una lección de cine cuya cereza está en las actuaciones impecables, y una obra enternecedora cuyo sentimiento no nace de la tragedia, sino de los intentos por entenderla justo cuando es entendimiento lo que falta.
Expiación (2007), de Joe Wright. Focaliza en tres vidas que prácticamente en un instante pasan de la promesa de un futuro luminoso a un doloroso destino trágico. Drama de familia que se construye a partir de que Briony, una niña de 13 años (escritora en ciernes), acusa al novio de su hermana de una acción indigna. Confusión que deriva en exabrupto, que deriva en mentira, que deriva en tragedia. El argumento inicia en la Inglaterra de 1935, si bien contempla saltos en el tiempo hasta nuestros días, marco del epílogo de la historia. Expiación es tanto una gran película como una epopeya así de triste. La 1ª mitad establece el conflicto y la identidad profunda de cada personaje; la 2ª, contextualiza nuevas pérdidas (surgidas de la guerra) que se suman a las afectivas y relacionales ya existentes. El doloroso cierre trágico –en voz de Briony— entrega una revelación tan inesperada como emocional.
Los chicos están bien (2010), de Lisa Cholodenko. El conflicto detona con la aparición del padre biológico de dos medios hermanos, en una estable dinámica familiar en la que las respectivas madres son pareja. Película cuyo tema no son los matrimonios del mismo sexo, sino que ofrece una mirada a la vida de pareja como tal, aquí exacerbada por la irrupción de un tercero. Inicia como una suerte de comedia, pero se hace más compleja y acuciante por minuto, con intercambios de diálogo que inician chispeantes, pero que después se confrontan en aristas de dolor y confusión.
Los descendientes (2011), de Alexander Payne. En una familia acomodada, el padre debe reconectar con sus dos hijas menores tras de que su esposa queda en coma por un accidente. El núcleo está en la crisis de salud, pero igual expone la crisis relacional, con otros temas a confrontar. Presenta además una subtrama contextual a reflexionar: ¿qué tanto se es dueño de un patrimonio que –títulos de propiedad aparte– pertenece al entorno y por ende a toda la comunidad circundante? Los descendientes es una emotiva película (tal vez de bajo perfil, pero no menor) sobre tomar conciencia de lo importante, aun y cuando ese adjetivo se nos “aclare” desde lo urgente.