La semana pasada me referí en este espacio a cuatro películas, significativas, que los cinéfilos obviamos durante su estreno en salas mexicanas, provocando su temprana salida de cartelera. Dichas cintas fueron: Anestesia, Bayoneta, Crimen en El Cairo y Flores rotas. Hoy le hacemos justicia a cinco más, ampliando la mirada sobre justo la misma circunstancia: ser cintas injustamente desairadas. Se enlistan por año de producción
La hora 25 (2002), de Spike Lee. En el marco de una Nueva York frágil, sacudida por los terribles y frescos eventos del septiembre 11, un narcotraficante ocupa sus últimas horas de libertad –antes de ingresar a prisión para cumplir condena de siete años– en ajustar términos y relaciones con su padre, sus amigos y su novia. Mantiene una duda calcinante: ¿fue alguno de ellos su delator? Dramas, iras y desencuentros de los personajes pesan en el relato tanto como los eventos puntuales, para un clímax que lleva a un final de doble lectura: sugiere lo que pasa, pero también lo que pudo pasar. Un film de belleza extraña y dolorosa, que compitió por el Oso de Oro del Festival de Berlín 2003.
La novia siria (2004), de Eran Riklis. Retrata los eventos previos a la inminente boda de Mona, mujer drusa que debe cruzar a Siria para casarse con un tipo al que sólo ha visto por televisión. Su paso a Siria queda en riesgo por la burocracia infernal de la frontera; paso que además (si se concreta) marcará por igual que Mona nunca vuelva a ver a su familia. Valiosa cinta de contrastes –que como un péndulo va alternativamente de la comedia al drama– ubicada en el siempre triste contexto de los conflictos políticos entre las fronteras israelíes y los países árabes. Ganadora en el Festival de Montreal de los Premios Grand Prix des Amériques, del Jurado Ecuménico, del Público y de la FIPRESCI.
La Dama de Hierro (2011), de Phyllida Lloyd. Más un estudio de personaje que un recuento puntual de hechos o etapas de la gestión de la legendaria Margaret Thatcher como Prime Minister. Su actuación en el rol de la Dama de Hierro significó a Meryl Streep la 3ª estatuilla de su notable carrera y es el sostén principal de la cinta. En especial, difícil olvidar cómo Streep entrega aquella advertencia –digamos– que la estricta Margaret hizo célebre: “Cuida tus pensamientos, porque se convierten en palabras. Cuida tus palabras, porque se convierten en acciones. Cuida tus acciones, porque se convierten en hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convierten en tu carácter. Y cuida tu carácter, porque se convierte en tu destino. Nos convertimos en lo que pensamos”.
Heli (2013), de Amat Escalante. Mirada a una faceta de la situación nacional contemporánea, desde la historia de un joven que, acorralado por las circunstancias, intenta proteger a su familia. Presenta un panorama helado, violento, ante el que la impotencia es el sentimiento automático. Sus elementos son este país, una familia obrera, unas bolsas de coca, un grupúsculo de militares, un ajuste de cuentas y una probada de cómo se siente el miedo químicamente puro, alrededor de una delgada anécdota sustentada en el azar de una reacción tan impulsiva como torpe. Cinta difícil de enfrentar; pero es aún más difícil aceptar el tipo de eventos que le dan forma. Un reflejo aterrador, que ubica al “espejo” –la película– incluso en segundo término.
Graduación (2016), de Cristian Mungiu. Un médico de Transilvania educa a su hija con la ilusión de que realice estudios superiores en el extranjero. Pero ya cerca de hacerlo, la joven es atacada sexualmente, lo que de golpe cambia todo y pone en riesgo su futuro. Una situación que el angustiado padre decide enfrentar, entrando incluso en conflicto con los valores éticos que a lo largo de los años ha enseñado a la joven. Drama de familia en el que –quemante e incómoda– surge la pregunta obligada: ¿el fin justifica los medios? Mungiu obtuvo por este film el premio a Mejor Director en el Festival de Cannes 2016.