En El Padre (The father), de Florian Zeller, adaptada de su obra teatral homónima, Anthony (Anthony Hopkins) –octogenario– vive solo en su amado apartamento y nada quiere saber de las “ayudas” que su hija Anne (Olivia Colman) quiere procurarle, porque el anciano se presume autovalente. Así, la manera que Anthony encuentra para demostrar su irritación hacia los empeños de Anne –evidentemente atenta al bienestar de su padre– es tratar mal a cuanta cuidadora le contrata. Esa parece la rutina, hasta el día en que un desconocido aparece en la sala del apartamento. Cuando el azorado Anthony le pregunta qué hace allí, su respuesta tranquila (pero con un dejo de sorpresa) es…“Aquí vivo”. A partir de eso, muchas otras cosas –incomprensibles– suceden en el entorno de Anthony: el tiempo se distorsiona; los espacios se confunden; las personas se tornan equívocas, tanto en identidad como en cuanto a rol. Así, Anthony sospecha que “los otros” (todos) se han confabulado contra él; Anne incluso. ¿Por qué? ¿Qué quieren? ¿Acaso quitarle su apartamento? ¿Engañarlo de todas las formas posibles para enviarlo a un asilo? De un día para otro –así lo interpreta Anthony– el mundo entero se ha puesto en su contra, esquivo y áspero como nunca antes. Por ello, más que replegarse, su código ahora es desconfiar; de todo, de todos. Cualesquiera otros códigos ya no existen, o al menos ya no de las maneras conocidas por Anthony.
La llegada de El padre a exhibición comercial viene precedida de 4 nominaciones al Golden Globe (a película dramática, guion, actor y actriz de reparto) –sin que recogiera alguno– y de 6 nominaciones al Oscar (a película, guion adaptado, actor, actriz de reparto, edición y diseño de producción), que aún no se entrega. Además, obtuvo el Goya a mejor film europeo y el Premio del Público en el Festival Internacional de San Sebastián. Todo esto, consecuencia de un pulcro, muy redondo drama, actuado en gran nivel por Hopkins y Colman –de ahí sus respectivas nominaciones– de lo cual hago notar que en especial te absorbe y atrapa el desempeño del caballero, pero en realidad es la actuación de ella la más conmovedora. No estamos ante una cinta sobre la vejez como sustantivo, sino sobre el verbo envejecer. Es decir –todo vinculado, claro– no tanto la etapa sino el proceso; ese que, previo a finalizarla, trastoca la vida y por el cual a cada momento discurren nuevas sensaciones inesperadas, desconocidas, atemorizantes. En esa tónica –resultándole Amor (2012), de Haneke, una referencia obligada– El Padre desdobla como un film triste, difícil de ver, cuya dignidad sin embargo permea siempre, en el intento de comprender las confusas implicaciones de una realidad tan ruda y cambiante. Tal vez en eso radica la base de su estatura, de su importancia, y no en el tratamiento puntual de los “temas” asociados de común con envejecer: fragilidad, soledad, desconexión, dependencia (declive, en su conjunto) que no siempre el cine ha reflejado con el respeto y la hondura que ameritan. Así, El padre es hasta el momento lo mejor que ha llegado a salas en este primer tercio del año, siendo una apuesta segura que conservará ese status –al lado de 5-6 películas más– hasta la conclusión del 2021. Que nadie se la pierda.
En cuanto a algo para ver en casa, una muy buena opción es el thriller Run, de Aneesh Chaganty. En apariencia pequeña, se torna una película sobresaliente por su capacidad de construir tensión alrededor de la relación entre una adolescente en silla de ruedas (Kiera Allen) y su madre (Sarah Paulson), a partir de que la chica gradualmente encuentra indicios de que sus diversas enfermedades –que la hacen dependiente de diarios medicamentos y de los cuidados de su madre– tal vez no son “naturales” después de todo. Una cinta intensa desde su inicio, que conforme crece –hábil y segura– sabe cómo mantener a la audiencia expectante y al filo de su butaca. Se le puede ver en Netflix.