Justo al tiempo que participa por el Premio Horizontes en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, exhibe entre nosotros –en salas– Noche de fuego, debut en la ficción de Tatiana Huezo, muy reconocida y galardonada como documentalista desde hace tiempo. La película presume la mención especial que le otorgara el jurado de la sección Una cierta mirada, en el más reciente Festival de Cannes.
Basada en la novela Prayers for the stolen, de Jennifer Clement, Noche de fuego se ubica en un pequeño pueblo mexicano sometido por la presencia y disputas de cárteles de la droga. Se narra desde la cotidianidad de las “mejores amigas” Ana, Paula y María (principalmente de Ana, actuada por Ana Cristina Ordóñez González), que apenas tienen 8-9 años. Mientras ellas juegan/viven lo mejor que se puede en ese entorno de perenne miedo y sobresalto, algunos vecinos son “levantados” y desaparecen, quedando abandonadas sus casas y pertenencias. Sólo parecen librarla los jornaleros que laboran en los sembradíos de amapola, pero siempre con el Jesús en la boca y sin saber hasta cuándo. Una pesadilla eterna en la que sus madres cortan el cabello a las niñas del pueblo, buscando que se vean más como varones. Además, cavan zanjas, para ocultar en ellas a las jovencitas cuando llegan “brigadas” a robárselas. Son frágiles, desesperados recursos de supervivencia, que garantizan nada en el infierno diario de la impunidad, la violencia y el terror inminentes, que transgreden los anhelos de vivir en paz y el derecho a tener sueños y cumplirlos. Otra vez la La libertad del Diablo (Everardo González); otra vez Sin señas particulares (Fernanda Valadez); otra vez el México que lastima: injusto, cruel, vergonzoso, indeseado.
Noche de fuego es así de poderosa. Para mayor perspectiva de su reclamo, su avance presenta a las tres pequeñas ya como adolescentes, haciéndonos celebrar, desde la butaca, que sigan vivas y en el pueblo. Claro, a sus 13-14 años son niñas más conscientes, más alertas; pero también más expuestas a los peligros de la situación, que en su geografía se mantiene igual o peor. Es cuando la película de Huezo redondea su dimensión trágica: cursan una existencia plagada de riesgos, que no sólo potencian la posibilidad de perder la vida, sino también –aunque la mantengas– de impedirte un futuro, en el sentido de plenitud y logros. De nuevo, el no-futuro hijo de los cárteles, resultado de décadas de violencia impune y sin escrúpulos. Esa violencia que al final, muy de golpe, hace trascender a la Ana adolescente (Mayra Membreño) de mero personaje a conciencia lúcida, flamígera, en una definitiva “noche de fuego”. Noche de fuego aprovecha las experiencias y aprendizajes de Tatiana Huezo como documentalista, para traducir en un film importante, imprescindible, presentado como ficción sólo en cuanto a su identidad genérica, pero de ninguna manera en cuanto a su ser-espejo de la tan triste realidad vigente.
Por otra parte, también llegó a cartelera Cry Macho, de Clint Eastwood, que no es una de sus cintas más felices. Tiene corazón, pero también una buena cantidad de tics y folklorismos ya muy gastados sobre México y la mexicanidad: su frontera, sus policías incompetentes, su “exotismo”, su gente buena (y esa que no lo es tanto), etc. En ella, a un jinete de rodeo retirado (Eastwood) le piden traer a EEUU, desde Ciudad de México, a Rafo (Eduardo Minett), el rebelde hijo adolescente de un ex-patrón. Tras sortear los “riesgos” de la gran urbe, el viaje en carretera, muy accidentado también, sirve para que el veterano enseñe al chaval un puñado de principios sobre vivir decentemente. Y claro, entre ambos surge un vínculo de aceptación y simpatía. En la película suceden cosas que no son fácil de creer, lo que desde luego resta rigor a la lógica narrativa. Así, el espectador entiende pronto que lo mejor es reclinar la butaca, para exclusivamente disfrutar de la presencia en pantalla del gran Eastwood, que sigue siendo un deleite incluso en medio de situaciones bizarras.