A punto de que concluya, hago aquí un recuento de los films que, como Jurado del Premio FEISAL, valoramos en el 36 Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Se trata del premio que la Federación de Escuelas de la Imagen y el Sonido de América Latina otorga en el FICG al 1º o 2º largometraje de realizadores latinoamericanos menores de 35 años. Vimos cuatro ficciones y seis documentales, dirigidos por cinco hombres y cinco mujeres. Aquí, el comentario a los seis primeros films…
Mostro (México), de José Pablo Escamilla. En la rutina de una urbe industrializada, una pareja de novios adolescentes gastan sus tardes probando sustancias que les llevan por “viajes” alucinógenos de evasión, hasta que de súbito ella desaparece… estando con él. A partir de eso, el chico emprende una búsqueda desesperada, sin encontrar apoyo de las autoridades y enfrentando problemas de familia. Cinta que se extravía al plantear un “misterio” que finalmente no resuelve, dejando no la sensación de una trama de desenlaces “abiertos”, sino de frustración. Comala (México), de Gian Cassini. Documental “catártico”, en el que el director Cassini explora –y llama a cuentas– la vida de su padre, quien ocupó su último año de vida como sicario, cobrando no pocas vidas antes de ser asesinado. El resultado es un film de ángulos dolorosos para los Cassini, que termina siendo más sobre Gian que sobre su papá. El parentesco del director no siempre ayuda al interés del testimonio (se torna demasiado personal), pero se siente una sinceridad que lo rescata.
Dirty feathers (México-EEUU), de Carlos Alfonso Corral. Documental en blanco y negro (apropiado para el caso) cuyo corazón está en –y con– un grupo de indigentes sin hogar, nucleados en las cercanías de un centro asistencial de El Paso, Texas. Las miradas y voces principales las ofrecen un hombre con sueños de empresario, un veterano de guerra, un tipo quebrado por la muerte de su pequeño, y –presencia espiritual memorable– una jovencita que asume su dura condición marginal como una oportunidad, desde Dios, de amor y servicio a los demás. Film sólidamente realizado, que encuentra (y se concentra) en la dignidad de sus personajes, sin asomo alguno de lástima o conmiseración. El viaje de Paty (México), de Santiago Pedroche de Samaniego. Documental fraterno relativo al olvido y la marginación en que sobreviven los pueblos originarios de México –con especial acento en sus mujeres– ilustrado desde la figura de la luchadora indígena Patricia Moreno Sales, decidida a dejar un surco de cambio, para sus hijas y las nuevas generaciones. Un film socialmente relevante, que merece encontrar la amplia y urgente resonancia que merece.
Clara sola (Costa Rica-Suecia-Bélgica-Alemania), de Nathalie Álvarez Mesén. Cuarentona, Clara es una mujer solitaria que vive con su madre y su sobrina en una comunidad boscosa. Tiene fuertes problemas físicos y relacionales, y se dice que la ha visitado la Virgen María, concediéndole dones. Reprimida por su situación y entorno –sin real conciencia de ello– Clara se rebela por instinto hasta donde puede, con consecuencias para su círculo cercano y único. Retrato que por los rasgos especiales de su personaje se toma su tiempo, y que explora también los efectos, no siempre positivos, que pueden tener algunos preceptos y normas de familia. Matar a la bestia (Argentina-Brasil-Chile), de Agustina San Martín. En la frontera entre Argentina y Brasil, una joven busca a su hermano después de un desencuentro de familia. Al mismo tiempo, los lugareños de esa zona rural están a la caza –se dice– de una bestia sobrenatural, aparecida una semana atrás. Así pues, alguien ausente, algo presente. De ciertos méritos y con algún personaje interesante, queda sin embargo la impresión de que a la cinta le falta definir una intención real, que sobran ciertos aspectos de la narrativa, y que le faltan dos o tres explicaciones. Los cuatro films restantes –una ficción y tres documentales– en la próxima entrega de esta columna.