En la entrega anterior de esta columna mencioné que –como Jurado del Premio FEISAL del 36 Festival Internacional de Cine en Guadalajara– debíamos ver y evaluar 10 films; ofrecí el comentario sobre los 6 primeros (Mostro, Comala, Dirty feathers, El viaje de Paty, Clara Sola y Matar a la bestia). Aquí está la mirada a los 4 restantes a fin de completar el informe, así como el dictamen para otorgar el galardón.
Mis hermanos sueñan despiertos (Chile), de Claudia Huaiquimilla. Dos hermanos adolescentes llevan ya un año en una correccional juvenil chilena. Ante la inmovilidad de su situación legal y los malos tratos –y con su estabilidad emocional deteriorándose– ambos deciden participar en un motín para escapar. Película seria, poderosa, actuada con un verismo casi documental. No exenta de lirismo, tanto ofrece el retrato de estos “casi niños” que se debaten entre su situación y sus sueños, como cuestiona (y denuncia) el bajo nivel de atención de este tipo de instituciones en el país andino. Un drama basado en hechos reales. El cielo está rojo (Chile), de Francina Carbonell. Perturbador documental de intervención que, a partir de los archivos judiciales del evento, y de entrevistas a sobrevivientes y custodios, reconstruye los hechos principales del incendio que en 2010 cobró las vidas de 81 internos de la cárcel de San Miguel, en Santiago de Chile. El juicio oral de este caso no dictaminó culpable alguno. Un testimonio que devela los índices de desinterés, precariedad, negligencia e incompetencia que suelen “distinguir” a los eternamente sobrepoblados y en riesgo centros penitenciarios.
Nuestra libertad (El Salvador-Suecia), de Celina Escher. Documental sobre las terribles, reiteradas injusticias a las que conduce la penalización del aborto en El Salvador, que lleva a mujeres a décadas de cárcel sin considerar las circunstancias de su respectiva interrupción (internas o externas), que frecuentemente escapan de su control. El caso detonante es el de Teodora Vásquez, que de fondo representa el de cientos de mujeres en el país, cuyas vidas en libertad se truncan por abortar, sin que importen sus causales. Un film sensible, razonado, acotado pero firme, sobre una de las más tristes consecuencias de un tema esencial por donde se le vea. Rancho (Argentina), de Pedro Speroni. Sorpresivo documental, dentro de una cárcel argentina de máxima seguridad, en donde los reclusos (todos tipos duros, de cuidado) establecen una hermandad totalmente atípica a lo que suele darse en los centros penitenciarios. Se amigan cuanto pueden, tienen normas y las respetan, se cuentan sus experiencias para que a otros les sirvan, se cocinan, tienen tertulias y, en fin, se apoyan entre ellos con evidente sinceridad. Uno diría, pues, que “la pasan bien”. Pero claro, este diario asomo de bienestar es sólo su soporte, su inyección de fuerza, en el anhelo de libertad que les permita salir a corregir…o no. Por todo ello y como dije, un film sorpresivo –que a ratos cuesta creer– hecho (o así se siente) con el mismo espíritu fraterno que en ese entorno se respiran.
Rubén Jajdelski, de Argentina; Claudio Sánchez, de Bolivia, y Alfredo Naime, de México, decidimos otorgar el Premio FEISAL –anualmente entregado en el FICG por la Federación de Escuelas de la Imagen y el Sonido de América Latina– al documental Nuestra libertad, de Celina Escher, arriba descrito. Decidimos también otorgar Mención Especial a Mis hermanos sueñan despiertos, de Claudia Huaiquimilla, por igual ubicado arriba. Así que reconocimos las óperas primas de dos directoras, cuyo talento y trayectoria habrá que seguir muy de cerca, con expectativa. Hago notar que los 4 films revisados en esta entrega –como quedó apuntado, una ficción y tres documentales– mayoritariamente se desarrollan en centros de detención, con sus respectivos personajes nucleares como reclusos. Desde luego, una coincidencia para reflexionar en estos tiempo aciagos.