Inicio esta columna con un aviso que espero resulte útil: ya puede verse en Netflix Wiñaypacha (Eternidad; Perú), de Oscar Catacora, película reconocida con tres premios en el 33 Festival Internacional de Cine en Guadalajara, celebrado en marzo de 2018. Tiene que ver con un matrimonio de octogenarios, que vive totalmente solo –en las más precarias condiciones– en la cordillera peruana, a 5 mil metros de altura. Tras una serie de tragedias, y mientras su final se acerca, ya el único deseo de la pareja es recibir una última visita de su hijo ausente. Película emotiva, triste, angustiosa, hermosísima, sobre subsistir, sin reclamos mayores y en total armonía, con tus raíces ancestrales: familia, religión, naturaleza, tradiciones; todo ello en doloroso riesgo de extinción. Totalmente hablada en lengua aymara, la cinta del joven Catacora obtuvo los premios a mejor ópera prima y a mejor fotografía, así como el Premio FEISAL, otorgado por la Federación de Escuelas de la Imagen y el Sonido de América Latina (tuve el privilegio de formar parte de ese jurado). Una película de contenido, emotividad e implicaciones muy diferentes a lo que estamos acostumbrados. Ojalá se den una oportunidad de verla, y en su caso, de recomendarla.
Por otra parte, en Querido Evan Hansen, de Stephen Chbosky, el solitario high schooler del título debe escribirse cartas a sí mismo, como parte del tratamiento ordenado por su médico, puesto que Evan (Ben Platt) padece –resumiendo– depresión y ansiedad social extrema. Pero en medio del suicidio de un compañero de clase, una de esas cartas genera un equívoco, que deriva en varios más, dando lugar a una cadena de mentiras “inocentes” que, sorpresivamente, al principio le arreglan la vida a Evan, pero que también, poco a poco, modelan su desgracia. En efecto, se trata de la adaptación al cine del exitoso musical teatral de 2016, escrito por Steven Levenson y musicalizado por Benji Pasek y Justin Paul. Lo primero a destacar del film es que fluye muy bien, impulsado por la calidad de las canciones, que no sólo articulan el drama sino también consiguen que su peso no sea agobiante en exceso para el espectador. Sin embargo, a Querido Evan Hansen le falta sutileza; algo que quizá en teatro puede acomodarse, pero que en los códigos del cine escala ciertas acciones a territorios poco propicios (y más en este caso, con material relativo a estabilidad mental y emocional). Además, debe decirse, el giro al tercer acto –el rol de la carta de Evan en redes sociales– no queda claro ni parece justificar las reacciones que se provocan. Por supuesto, este par de aparentes “pecados” daña a la película, que no obstante aprueba en el balance final. Me explico…
Querido Evan Hansen no está en los rangos de los musicales excelsos, pero ofrece momentos estupendos, haciendo que lo disfrutable sea bastante más que lo descartable. Así, no gana todas las apuestas, pero sí la mayoría. Sus temas no son fáciles –los rechazos vinculados a los desórdenes emocionales; las heridas resultantes de mentir, sin importar las razones– pero se nos envuelve en ellos como cómplices sentimentales, “justificados” por lo que cada revelación (cada canción, pues) explica. Por ende, entendemos a Evan, y hasta lo bancamos, aunque vemos venir el desastre. En roles de soporte –como madres de familia– Julianne Moore y Amy Adams aportan mucho a la estabilidad del film, con quien a mi juicio es la gran sorpresa del mismo: la jovencita Kaitlyn Dever (Zoe). Ella y Ben Platt son los partícipes de mi momento favorito: ese en el que Evan dice a Zoe que está enamorado de ella, sin que la chica se dé cuenta. Ello, a través de la hermosa “revelación” If I could tell her, que entre otras cosas expresa: “No hay nada como tu sonrisa, entre sutil, perfecta y real; no sabes lo maravilloso que esa sonrisa hace sentir a alguien”. Y dice también: “Me pregunto cómo aprendiste a bailar como si el resto del mundo no estuviera; pero estamos a un millón de mundos de distancia”. En ocasiones, yo con eso tengo.