La semana pasada, en este espacio, hice una mera introducción de El callejón de las almas perdidas (Nightmare alley), lo más reciente del tapatío Guillermo del Toro. Hoy profundizo en ella. Termina la década de los 30s, con las primeras heridas de la 2ª Gran Guerra en el ambiente. En un desolado paraje rural de EEUU, dentro de una casa, Stanton Carlisle (Bradley Cooper) quema lo que parece ser un cadáver, y con él, la casa entera. Lo hace, aparentemente, sin emoción alguna. Poco después trepa en un autobús y amanece Dios sabe dónde, con sólo una pequeña valija. Consigue un empleo (básicamente, cama y comida) en una feria ambulante de freaks y personajes “sorprendentes”, amigándose pronto con algunos de ellos. Al tiempo, descubre que tiene un don para el engaño y hay quien le enseña lo esencial del oficio. Ambicioso y de buena presencia, Stan se vislumbra un futuro promisorio como vidente, en sitios mejores. Así, convence a Molly (Rooney Mara), estrella de uno de los shows de la feria, de acompañarlo. Enamorado de ella, le promete el mundo y todo lo que hay en él. En apenas dos años (ya “independiente”), Stanton pasa de vagabundo sin oficio a mentalista reconocido, superestrella de caros y elegantes shows para gente rica. Pero las élites suelen ser terreno pantanoso, acostumbradas al poder y las certezas que brinda el dinero. Desatendiendo las advertencias de Molly, Stan se enreda en sesiones “particulares” que involucran a un juez y a un multimillonario (más poderosos, imposible), con base en la información que le brinda la psicoterapeuta (Cate Blanchett) que les conoce. Con tanto dinero en juego, Stanton se olvida de las más elementales reglas del oficio de engañar; y a este nivel, los engañados no perdonan. Otra vez, la fatalidad ronda la vida de Stanton Carlisle, en grado aún más urgente, como adición a ese pasado emocional doloroso que antes le hizo un prófugo de sí mismo.
Todo lo anterior procede de la novela de William Lindsay Gresham, ya abordada por el cine en 1947. El reparto es multiestelar; además de Cooper, Mara y Blanchett, en ella aparecen Willem Dafoe (muy lucidor como Clem), Toni Collette, Mary Steenburgen, David Strathairn, Richard Jenkins (el atormentado/atemorizante multimillonario Ezra Grindle) y, por supuesto, Ron Perlman. La versión de Guillermo del Toro es un neo-noir absorbente, sólido, elegante pero contundente, aprovechando su habilidad para lo fantástico justo en las posibilidades que le ofrece la fauna de freaks de esa feria a la que Stan llega temprano en la película. A partir de esto, El callejón de las almas perdidas va construyéndose con un oficio que confirma que el tapatío no pierde la sinergia ascendente: cada uno de sus films siempre parece mejor que el anterior, siendo aquí la impecable dirección de arte el highlight principal, ambientando los años 40s de la cinta. Un noir pues, de gran atmósfera, poblado de personajes marcados y cuestionables, carismáticos algunos y otros no; con la infaltable femme fatale (con Doctorado, más sofisticada aún); con almas decididamente amorales, o de moralidad en valles y crestas; con ejecuciones a quemarropa (alguna, en el ojo). Con lo autoral muy reconocible –eso deltoriano– a despecho de aflorar en un género distinto. Así las cosas, El callejón de las almas perdidas tiene ya un lugar de privilegio en la filmografía de su director, que parece no tener techo. Algo, esto último, para celebrarse en serio.
Concluyo igual que la semana pasada, aludiendo a la escena que del Toro considera la principal de su película: esa en la que a Stan Carlisle –ya en el fondo de su espiral descendente– le ofrecen un trabajo salvavidas (“temporal”, apenas para cama y comida). El desempeño de Cooper en ella nos regala la cereza del pastel. Del Toro estaba decidido a hacer “50 tomas si es necesario, hasta que quede perfecta”. Sorpresivamente, la escena quedó redonda en la 1ª toma, haciendo innecesarios más intentos. Supuse que este pasaje significaría para Cooper una nueva nominación al Oscar, pero no fue así.