Beau tiene miedo (Beau is afraid) es el tercer largometraje del neoyorquino Ari Aster, realizador de las inquietantes El legado del diablo (Hereditary; 2018) y Midsommar (2019). En mucho procede de dos autorías previas de Aster: su corto Beau (2011) y, justo, un tratamiento de guion que en 2014 Aster tenía en proceso, hasta que su filtración por internet lo llevó a suspenderlo (se llamaba también Beau tiene miedo). Nathan Lane, uno de los intérpretes, define así al nuevo film: “Es el Todo en todas partes al mismo tiempo judío”. No sé qué tanto sea eso una buena noticia. Veamos de qué va la película…
A pesar de ser el hijo único de la poderosa empresaria Mona Wassermann (Patti LuPone), el cincuentón Beau (Joaquín Phoenix) vive solo, en un precario apartamento de un violento barrio de la peor calaña. En terapia por años, el inseguro y aprehensivo Beau está por tomar un avión para visitar a su madre, cuando sus llaves y equipaje son robados. Por teléfono se lo cuenta a Mona, quien toma mal el que su hijo no vaya, haciéndolo sentir culpa. Y las desgracias recién comienzan: una horda de indigentes vandaliza su piso, poco antes de que Beau sea atropellado por eventos derivados. Muy lastimado, despierta dos días después en el hogar de la pareja que lo arrolló, que lo ha cuidado amorosamente. En medio de esa vorágine de fatalidades, Beau se entera de la peor posible: su madre ha muerto en un accidente hogareño y sigue sin enterrarse porque Beau debe estar presente, según deseo de la occisa. A partir de aquí, el único afán de Beau (acusado de negligente en la casa familiar) es llegar cuanto antes ante el féretro de Mona, para que el rito final se cumpla. Algo posible, ¿o no? No. Por diversos giros y aún más tropezones, Beau tarda mucho en volver a casa, donde las cosas no marchan de forma precisamente normal. Si todo lo descrito fue de shock para el frágil y dependiente Beau (Kafka admiraría su odisea), lo cierto es que las genuinas sorpresas están por surgir. ¿En relación a qué? A su padre ausente; a un romance adolescente de apenas unas horas; a una maldición eyaculativa (digamos); a nuevos, muy bizarros “personajes” en su vida; a una febril existencia alterna, y –sí claro– a Mona: la madre absorbente y posesiva que año tras año fue trazando su propia agenda.
Beau tiene miedo es una comedia de muy negros tintes y eventos. Detona desde el siempre filoso asunto de relaciones exacerbadas entre madres e hijos, pero a fin de cuentas resulta más una mirada cruda a una sociedad cuestionable, agresiva, decadente, en la que, según vemos, a quienes peor les va es a las almas frágiles-buenas-expuestas, que de varias maneras terminan marginadas por un entorno cada vez más violento y atemorizante. Aster eleva esto a niveles cuasi-maniqueos, apoyándose en un humor frecuentemente torcido, presente tanto en los eventos “factuales” de Beau (los que en verdad le pasan) como en esos otros fruto de recuerdos, imaginaciones y fumadas que lo asaltan, una y otra vez, en el despiadado berenjenal de infortunios que, para lastimarle, alimentan la película. El discurso de Ari Aster pareciera ser que dudas, culpa, confusión, fragilidad, dependencia (incluso si mamita está infiltrada en ellas), no debieran ser per sé los motivos de existencias diluidas o sin alicientes, sino acaso resortes de inflexión, facilitados e impulsados por sociedades más humanas y atentas. Beau tiene miedo es la película más ambiciosa, hasta el momento, del talentoso Aster, pero seguramente no será la más unánimemente aceptada. No lo sé, pero si se originó por experiencias de la vida de Aster, resulta entonces un aporte más a la serie de films personales, más íntimos, que vienen marcando esta época. Algo como –por ejemplo– Los Fabelman, sin el realismo memorioso elegido por Spielberg. En todo caso (y aunque no lo parezca), a lo mejor esto de Aster se acerca más a Bardo: falsa crónica de unas cuantas verdades, de Iñárritu. Beau tiene miedo está a su disposición, en cuanto tengan tres horitas (más traslados) para invertir. Véanla sin miedo.