En las semanas recientes, en esta columna se ha presentado una constante muy grata: el comentario a tres películas cuya protagonista central es una niña preadolescente, con actuaciones genuinamente memorables por parte de sus jóvenes actrices. Dichas cintas son El amor según Dalva (Dalva), de Emmanuelle Dicot; La niña callada (An cailín ciúin), de Colm Bairéad, y ¿Estás ahí Dios? Soy yo, Margaret, de Kelly Fremon Craig. Recordemos sus premisas argumentales. El amor según Dalva; acerca de Dalva (Zelda Samson), de sólo 12 años, mucho tiempo abusada sexualmente por su padre, quien ha conseguido que la niña interprete todo como una gran historia de amor. De ahí que cuando la policía detiene al tipo –en el arranque del film– Dalva se muestre desconsolada, desesperada. La niña callada; en torno a la tímida, retraída, Cáit (Catherine Clinch), de 9 años, viviendo en el seno de una familia pobre en la que imperan el desinterés y el descuido. Pero Cáit es recibida, todo un verano, en el hogar de un matrimonio de parientes, en donde cálidamente la atienden y valoran; tanto que, inesperadamente, la niña florece en todos los aspectos. Sólo que por delante está el indeseado regreso a la casa familiar. ¿Estás ahí Dios? Soy yo, Margaret; centrada en Margaret Simon (Abby Ryder Fortson), de 12 años, quien de la noche a la mañana enfrenta la terrible noticia de que la familia se muda de Nueva York, donde vive absolutamente feliz. Adiós a su abuela, a su escuela y a sus amigos. Tan desesperada está la chica, que decide rezarle a Dios, en busca de que las cosas sean como antes o, al menos, no tan terrible lo que viene. Pero o Dios no existe, o no está muy dispuesto a atender a la cada vez más agobiada preadolescente. Como dije al inicio, tres fantásticos desempeños actorales de las niñas Zelda, Catherine y Abby, como aporte fundamental a la solidez y atractivo de sus respectivas películas.
Y bien, lo comentado arriba me lleva a recordar dos filmes más, entrañables ambos, en los que brillan sus pequeñas protagonistas. El primero es La leyenda de las ballenas (Whale rider; 2002), de Niki Caro, una pequeña gema, celebrada en su momento por diferentes festivales importantes. Tiene que ver con Pai (Keisha Castle-Hughes), una niña maorí de 12 años que –a pesar de su edad, de su condición de mujer y del sistemático rechazo de su abuelo para el caso– entiende que puede ser la guía que su gente anhela, y actúa en consecuencia, superando los obstáculos dictados por cegueras de la tradición. No sobra decir que por su trabajo en la cinta, Keisha (de madre maorí, por cierto) se convirtió, a sus 13 años, en la más joven nominada al Oscar como mejor actriz.
El otro es El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro. 1944; en la España franquista, la preadolescente Ofelia (Ivana Baquero) descubre, en una propiedad rural, un laberinto subterráneo en el que habita un fauno. Éste le revela que ella en realidad es una princesa reencarnada, que deberá ganarse el derecho a gobernar su mundo mágico original, al lado de su padre verdadero. Mientras tanto arriba, en la superficie, su padre adoptivo –un militar– reprime cruelmente a los rebeldes ocultos en la montaña. Es así como Ofelia oscila entre los polos de lo sobrenatural y lo terrenal, de lo fantástico y de lo real, de la bondad y de la barbarie, siguiendo los dictados del extraño fauno, en quien Ofelia decide confiar. Sin hibridez, del Toro aprovecha el cuento de hadas, la violencia del thriller adulto y las consecuencias represivas de la guerra civil española, para entregar –entre significativas esencias– una fábula de inocencia y brutalidad de atmósfera y rasgos inesperados. Y no hay duda: la aportación de la doceañera Ivana Baquero a estos logros es enorme.
Para concluir este tema de niñas actrices excepcionales –aunque ya sin espacio para ampliar– también conviene una revisión a la gozosa Luna de papel (Paper moon; 1973), que le valió a Tatum O’Neal, de sólo 10 años, el Oscar a coactuación femenina. Es neta.