Las tres más recientes películas que he podido ver son Maxxxine, de Ti West, La otra cara de la luna (Fly me to the moon) de Greg Berlanti –ambas en salas– y A family affair (sin título al español), de Richard LaGravenese, en Netflix. La primera es el cierre de la trilogía de horror de West, después de Pearl (que transcurre en 1918) y de X (en 1979). La otra cara de la luna tiene como atractivo principal un reparto con Scarlett Johansson, Channing Tatum y Woody Harrelson, mientras que A family affair se hace fuerte con Nicole Kidman, Joey King y Zac Efron. Comento aquí las dos primeras…
Maxxxine se ubica en 1985. Maxine Minx (Mia Goth) tiene ya una carrera en la industria del cine para adultos, pero no ceja en su empeño de que Hollywood le dé oportunidad en películas “normales”, para lo cual audiciona constantemente. Finalmente obtiene un papel estelar –en una cinta de una directora importante (Elizabeth Debicki)– justo en los días en que un asesino serial aterroriza Los Ángeles, precisamente atacando a jóvenes “estrellas” de películas “escandalosas”, que Maxine conoce. De un día para otro, Maxine es seguida y acosada por un detective privado (Kevin Bacon), quien parece conocer a detalle los sangrientos eventos del pasado de la chica (los vistos en X). ¿Quién le ha contratado y por qué? ¿Tiene que ver el pasado de Maxine con las muertes de Los Ángeles? ¿Podrá defenderse, frente a un enemigo (el contratante) que ni siquiera conoce? Maxxxine es la más ambiciosa de las tres películas de la trilogía –la de estética y realización más llamativa– pero no la más sólida en cuanto a trama y tratamiento. De hecho, en lo genérico no alcanza a ser horror cabalmente, sino más un thriller que abunda en violencia pero no tiene suerte en la construcción de genuino suspenso. ¿Es entonces una mala película? No tanto eso, pero sí menos rigurosa, alejada de las fortalezas de sus precuelas semilla, e incluso con un final que es más caótico que impactante. Eso sí, no queda duda de que West sabe filmar. Y como siempre, la seductora Goth está genial –en un personaje fantástico—pero esta vez con menos apoyo del requerido.
La otra cara de la luna es una comedia romántica, a partir de los siempre atractivos pretextos que la NASA ofrece. Finalizan los años 60; la audaz mercadóloga Kelly Jones (Johansson) es contratada por la Casa Blanca para mega-visibilizar y sanear la imagen de la misión Apolo 11, que busca poner al hombre en la luna antes que los rusos, que han tomado la delantera. Haciendo su chamba, Kelly se convierte en irritante dolor de muelas para el Director-Jefe del lanzamiento, Cole Davis (Tatum), lo que no impide que entre ambos surja una enorme atracción. Pero las aristas del trabajo de cada cual son diametralmente distintas, lo cual les enemista y enturbia su relación, además de que el gobierno se entromete con una nueva (descabellada) exigencia, que en definitiva les pone a prueba. Ello es (sabido desde el tráiler) la grabación de un “alunizaje exitoso” –en una luna fingida en un set– en caso de que la misión fracase (de ahí el tagline: Will they make history, or fake it?). Una película muy Hollywood –atractiva, entretenida, de premisa sugerente– que no aspira a más porque con eso tiene. Además, se “valida” socialmente con apuntes críticos a blancos normalmente cuestionados: la política y los políticos, el gobierno, la mercadotecnia mentirosa, la prevalencia del dinero, el pantano ese de El fin justifica los medios, etc. Así que bien vale el costo del boleto, con un Woody Harrelson –como Moe Berkus, operador del Presidente Nixon– que limpiamente se roba al menos la mitad de las escenas en que aparece. Si bien Scarlett y Tatum son acá los imanes calculados, Harrelson es un highlight muy disfrutable, igual que la ambientación y el soundtrack. Varios atributos, pues, para gustarle a las audiencias, que ya dejaron una taquilla de 9.5 millones de dólares (EEUU y Canadá) en apenas el primer fin de semana. “Fly me to the moon…”, estarán cantando sus productores.