Con motivo del 20 aniversario de Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004), en salas exhiben, ahora mismo, las tres primeras películas de este universo creado por J.K. Rowling, sobre un niño aspirante a mago, valiente héroe imperfecto que –avanzada la saga– se convierte en involuntaria némesis del malvado Lord Voldemort. Esas tres cintas son: la arriba mencionada, Harry Potter y la piedra filosofal (2001) y Harry Potter y la cámara secreta (2002). Y sí, en su momento escribí sobre Azkaban. En honor de la cumpleañera, aquí recupero dicha crónica, prácticamente como se publicó hace dos décadas, bajo el título de Y tu mago también. Me cito, pues…
“De entre las tres entregas Harry Potter, tiene que gustarte más esa en la que Malfoy recibe un buen gancho a la mandíbula, lo cual sucede en Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Se lo propina Hermione, quien se roba varias escenas de la película. Y más gusta Azkaban por dirigirla Alfonso Cuarón, el paisano al que debemos la inquietante Y tu mamá también, que igualmente se ocupa, como esta franquicia, de dos chicos y una chica. El trío aquel anda en el reventón; el de J.K. Rowling, en cambio, en la magia. Azkaban centra su relato en la amenaza que, para el joven mago, significa la fuga de Sirius Black de la prisión de Azkaban. El tenebroso tipo es el presunto asesino de los padres de Harry, temiéndose que ahora atente contra él. Es en este contexto que estudiantes y profesores regresan a Hogwarts, para el 3er año escolar de Harry (Daniel Radcliffe), Hermione (Emma Watson) y Ron (Rupert Grint) –los atesorados personajes– para otra aventura excitante, enturbiada esta vez por la presencia de dementors: entes crueles que buscan a Sirius Black (Gary Oldman) y son capaces de chupar la esencia de las almas de sus enemigos, sin discriminar quiénes sí y quiénes no merecen dicho ‘tratamiento aspiradora’. Circunstancias, pues, con nuevos personajes, elementos, sorpresas y giros en los perímetros de Hogwarts –y entre su fauna– que les marcan en definitiva, así como a la atmósfera de la película.
En manos de Cuarón, el universo de Azkaban adquiere dimensión más sombría y amenazante, menos inocente, en favor de un clima más acorde con uno de los temas de la cinta: el paso de la niñez a la pubertad de sus protagonistas. Así, Alfonso hace valer su habilidad para acercarse a los demonios que suelen rondar la temprana adolescencia y sus obligados cambios. Concibe un Harry más intenso y decidido; replegado en sí mismo y hasta irritable. A Hermione le confiere un status mucho más protagónico: ya no la niña que aguanta las sandeces y burlas de Malfoy y su séquito, sino una brujita aguda y atrevida dispuesta a la batalla y a tomar la iniciativa. Ron, aunque más maduro, se resiste a despegar por completo; tal vez por la confusa atracción, apenas sugerida, que siente por Hermione.
En cuanto a lo estilístico, Cuarón también hace distinta –y distintiva– la apariencia de su film. Elige tomas largas, gran angular y abundante movimiento de cámara. Muy detallado ya el universo Potter por las dos primeras cintas, tales decisiones favorecen una narrativa más focalizada en la historia. Eso hace que Azkaban, sin dejar de gustar a los más peques, resulte igualmente sugerente para audiencias mayores. (Por cierto: ¿comprenderán los pequeños el manipuleo que del tiempo hace la secuencia climática de la película?). En todo caso, a pesar de estos distingos, Azkaban no es menos disfrutable que las Potter previas, pues conserva imaginación, travesura y gozo. Como al principio, en la graciosa secuencia en que Harry escarmienta la grosera impertinencia de Marge, inflándola como globo y haciéndola flotar por el nocturno cielo inglés. O como en la secuencia siguiente, en la que Harry se va de casa en un fantasmagórico bus morado de frenético recorrido. Además, como siempre, los efectos digitales son alucinantes; justo algo de lo que hace mágico al cine, siempre dispuesto a sacarse algo inesperado, sorprendente, de la chistera”.