La historia es conocida: Juan Preciado (Tenoch Huerta) pregunta a un hosco, solitario arriero, cómo se llega a Comala. Le cuenta que viene a conocer a su padre, un tal Pedro Páramo (Manuel García-Rulfo). Ya en el pueblo, lo que encuentra es soledad y silencio fantasmales, en nada parecidos a lo que de ahí le había contado su difunta madre, Dolores (Ishbel Bautista). Es después de alojarse en casa de Eduviges Dyada (Dolores Heredia) –y por una serie de detalles y eventos inexplicables– que Juan empieza a sospechar (y más que eso) que todos con quienes se topa en Comala están muertos; son fantasmas, almas en pena, apariciones errantes, que conocieron, convivieron y/o padecieron –algunos, hasta el extremo– a Pedro Páramo su padre: el inescrupuloso terrateniente y patrón, cruel deudor de vidas. El hombre que en vida amó a una única mujer, Susana San Juan (Ilse Salas), cuya partida de Comala –siendo adolescentes– le endureció el alma a tal grado que, en adelante, cada una de sus acciones, de sus decisiones, de sus imposiciones, tendrían de fondo un dejo y sabor de venganza. Sin embargo, en ese helado transcurso, Pedro Páramo, obsesionado, nunca abandonó la intención de reencontrarse con Susana, anticipándola como beneficiaria final de toda la riqueza que acumulaba. Según propias palabras, para que ya reunidos no hubiese sitio para deseo alguno, exceptuando su deseo por ella. Y por fin, Pedro Páramo lo consiguió, después de una espera de más de 30 años: él y Susana de nuevo juntos, pero envueltos en la bruma de un sino trágico que terminó por ser lo único que el todopoderoso Pedro Páramo no pudo resolver, derrotar. Justo eso que, a la postre, condenaría a Comala, a La Media Luna y a todo cuanto circundaba, a la más completa ruina y a la espectral, insondable “presencia” que Juan Preciado encontró a su llegada.
Después de las versiones de Carlos Velo (1967) y José Bolaños (1977), a las que aludí en este espacio la semana pasada, Pedro Páramo (2024) es el debut como director del cinefotógrafo Rodrigo Prieto, a partir de un guion del grancanario Mateo Gil; la tercera adaptación, pues, de la obra maestra de Juan Rulfo a los cánones del arte cinematográfico. Sobra decir que es una novela muy difícil de adaptar. En este caso, la película es de una fidelidad loable incluso en cuanto a estructura, hasta donde eso resulta posible. Es así que se narra de forma no lineal en tres tiempos fílmicos: el de Juan Preciado en Comala –el presente– que es el revestido de un hipnótico realismo mágico; el de Pedro Páramo adolescente, la etapa que marcó su vida y, eventualmente, selló la de Comala; y finalmente, el de Pedro Páramo adulto, que en realidad desdobla en un tiempo más, como una suerte de epílogo, con el terrateniente –ya viejo, rebasado, seco– viendo morir a Comala y a sí mismo en un entorno tangencial al de la Revolución. Todo, como antes dije, entregado de forma no lineal, como flashbacks y saltos que, al filo de una confusión latente (vaya, no todos leyeron la novela), salen airosos, y más que eso, con la estatura requerida y obligada para trasladar a imágenes –y bien narrar– lo escrito por Juan Rulfo hace siete décadas.
La Pedro Páramo de Rodrigo Prieto es por muchos conceptos una cinta admirable. Se percibe como eso que en inglés llaman labour of love; es decir, un trabajo atesorado sobre el que se vuelca amor y que es casi siempre proyecto de vida (lo cual ajusta bien al menos para Mateo Gil). Filmada en color en escenarios de San Luis Potosí, la atmósfera, ambientación y texturas permean impecables, desde la fotografía del propio Prieto y de Nicolás Aguilar. Junto a los mencionados arriba (Tenoch, García-Rulfo, Dolores Heredia, Ilse, Ishbel), pueblan el universo de Comala y La Media Luna, Héctor Kotsifakis (Fulgor Sedano), Mayra Batalla (Damiana Cisneros), Roberto Sosa (Padre Rentería) y Giovanna Zacarías (Dorotea), entre otros. Pedro Páramo merece más de una mirada. Exhibe en la plataforma Netflix, coproductora y titular de los derechos de distribución. No se la pierdan.