Para Cerrar lo Relativo a la Tía Emilia

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Alfredo Naime

Hace ocho días me referí en este espacio a la controvertida Emilia Pérez, fundamentando el comentario en el hecho de que se trata de un musical, lo cual suma más rareza a un argumento de rasgos ya de suyo inesperados: el de un capo del narco sin más deseo que el de convertirse en mujer y vivir como tal por el resto de su vida. Un narco, además, “con corazoncito”, cuyos remordimientos por tanto mal causado le conducen –después de la cirugía– a una intensa filantropía que busca cuanto sea posible dosis de redención y expiación. Esa tan desacostumbrada trama, entregada desde los convencionalismos del musical, tradujeron para muchos cinéfilos como “espejo distorsionado” de los ámbitos que describe y examina. En especial por tratar temas tan dolorosos como la desaparición de personas en México –alentada por la impunidad del crimen organizado y la colusión de autoridades– a través de canciones y coreografías. Aparentemente este rasgo fue de lo que más disgustó a la gente, sin ser lo único. Y para colmo, ciertas declaraciones poco afortunadas de algunos intérpretes, y también de algunos miembros de la producción, en nada ayudaron, al aludir a los dimes y diretes de las encendidas polémicas suscitadas, más que a la arriesgada, audaz apuesta de la película desde su origen mismo.

Por mi parte, como cerrojazo al affaire Emilia Pérez, permítanme insistir en lo que reviste y conlleva que la cinta sea un musical, desde siempre un género no-realista cual lo establecí desde la columna pasada. De fondo, lo que ello significa es que se le autorizan libertades que exalten su estética y discurso. Así que vean cómo se explica y define al género musical cinematográfico en el aula de cualquier escuela de cine: “Al musical le dan forma el número musical, la canción, el baile, como protagonistas de la historia y con directa intervención en la forma de narrarla. Se le considera un género ‘bienamado’, que se reinventa con cada nueva generación. Sus canciones desarrollan tanto personajes como trama, y sus coreografías usualmente tienen lugar en sets espectaculares y/o surreales, como marco de suntuosas puestas en escena. Su concepto es el de un género imaginativo que evita al realismo y que se construye con música diegética; es decir, con música que pertenece al mundo en que los eventos ocurren, y que es escuchada tanto por los personajes como por los espectadores. Su disfrute es pues un disfrute lúdico”. Y bien, es a la luz de lo anterior que mejor se entiende la genuina identidad de Emilia Pérez, aunque no guste: fantasea con el universo cruel y convulso del narco, en el que también, según su visión, llegan a incidir sentimientos íntimos…sean creíbles o no. Desde luego, toda la reflexión anterior sería inadmisible para un tratamiento con intenciones de fidelidad testimonial, que claramente no son las de este film. Su discurso –lo reitero– no es de realidad, sino de reinvención de la realidad. Entonces, ¿verla o no? Verla, por supuesto; eso es la única manera de construir un juicio propio con elementos válidos.

Y si en salas podemos ver Emilia Pérez, Anora, Cónclave, La semilla del fruto sagrado, Un completo desconocido, ¿qué podemos ver en casa, en alguna plataforma? Sin pensarle ni buscarle mucho, por Netflix pasa Find me falling, cuyo título al español, Al borde del abismo, equívocamente lleva a suponer que se trata de un drama. Es en cambio una comedia romántica bastante dulce –de giros ingeniosos– que se disfruta a partir de su sencillez y corazón. Tiene que ver con el reencuentro, no tan casual, de una pareja (Harry Connick Jr. y Agni Scott) después de 20 años de su efímero affaire amoroso. Dirigida por la chipriota Stelana Kliris –y filmada en hermosos escenarios de Chipre– Find me falling tiene romance, humor, sorpresas, lindas canciones y, lo mejor, personajes coloquialmente imperfectos con quienes es fácil relacionarse. Además (pretendidamente o no), la película destila tímidas pero evidentes referencias a Casablanca. ¿Qué tal?

Alfredo Naime

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