Finalmente, Anora, de Sean Baker, fue la gran ganadora de la noche del Oscar, llevándose las estatuillas a Película, Dirección, Actriz, Guion Original y Edición. Por su parte, Aún estoy aquí, de Walter Salles, fue la ganadora como Film Internacional, traduciendo esto en el primer premio Oscar de la historia para el maravilloso cine de Brasil. Esta columna recupera algo de lo que en su momento –meses atrás– comenté acerca de ambas…
Anora. Su protagonista es la joven Ani (Mikey Madison), desnudista de un antro de Nueva York. Ahí conoce a un cliente despilfarrador, borrachín e inmaduro: el jovenzuelo Vanya (Mark Eydelshteyn), hijo de un poderoso oligarca ruso. El muchacho contrata a Ani para tener relaciones, y eventualmente –cada vez más atraído por ella– se la lleva a Las Vegas…a cambio de 15 mil dólares. En ese reventón, entre la euforia de la diversión y los tragos, Vanya le ofrece matrimonio; así, en caliente. Ani impulsivamente acepta, por lo que pronto encuentran una capilla y legalmente se casan. Sólo que cuando la noticia llega a Rusia, los millonarios padres de Vanya, furiosos, de inmediato emprenden viaje a EEUU en busca de anular el matrimonio, a partir de su dinero e influencias. Pero Ani está dispuesta a dar la batalla; y lo que sigue es todo alucinante.
El mérito principal de Anora es que sus enredos y situaciones funcionan siempre: en el vértigo y la vorágine, así como en los calmos momentos entre dos; en el frenesí de lo mundano y el desquicio persecutorio, tanto como en los instantes de reflexión e ilusión (o desilusión) íntimas; en modo Vanya, en modo Ani, o en modo Vanya-Ani, sumando a la fauna que les rodea. Un mérito, pues, resultado de la fuerza creativa y el compromiso sobre la historia que Anora relata: una especie de cuento de hadas en que el hechizo se rompe no cuando besan al sapo y se convierte en príncipe, sino al contrario, cuando el príncipe se comporta como sapo. Una cinta provocadora, subversiva, superlativamente actuada por Madison como esa Ani luminosa, fiera y frágil en las respectivas etapas de su arco de personaje, dando siempre corazón y alma a la película. Por su parte, la lúcida dirección de Baker concreta al dedillo el tono, carácter y conflicto de su argumento, manteniendo el humor urgente y ácido de cada giro, sin rozar siquiera los riesgos de la caricatura.
Aún estoy aquí. Drama político basado en hechos reales, escrito por Murilo Hauser y Heitor Lorega a partir del libro de Marcelo Rubens Paiva, justo el hijo de Rubens Paiva, cuya trágica desaparición es el detonante de la historia narrada. Su desarrollo se da como una suerte de docudrama, con los eventos relativos a la detención y secuestro, en 1971 –por parte de la naciente dictadura militar en Brasil– del mencionado Paiva, ex congresista operando ya, desde una clandestinidad exigida por la cautela, como abierto crítico de la milicia y su régimen. La perspectiva principal viene de la esposa de Rubens Paiva, Eunice (maravillosamente interpretada por Fernanda Torres), quien –al mismo tiempo de sacar adelante a su familia– durante décadas se mantuvo en lucha para conocer qué sucedió con su marido, así como, en definitiva, para conseguir que el gobierno brasileño admitiera su asesinato y le otorgara certificado de defunción, aún sin la evidencia de su cuerpo. Cuando en Venecia se premió Aún estoy aquí como mejor guion, la explicación fue: “Una película devastadora, emocionante en su retrato de la tenacidad humana frente a la injusticia”. Por cierto: en las escenas de Eunice anciana al cierre de la cinta, la admirable dama está interpretada por Fernanda Montenegro, madre de Fernanda Torres, ambas ahora nominadas al Oscar: Torres por Aún estoy aquí, y Montenegro (de 95 años ya) por Estación Central (1998). Y un “por cierto” más: la película se filmó en el orden cronológico del guion; no sólo para que los actores se sintieran una familia real, sino además para mejor entender la creciente sensación de miedo y opresión de los personajes al paso de los acontecimientos.