La semana pasada hablé de la conclusión y resultados del Julien Dubuque International Film Festival (JDIFF), al que asistí como uno de los Jurados del prestigioso Premio FIPRESCI, siglas de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica. Mencioné también que, de entre 24 largometrajes de ficción, la galardonada fue la cinta canadiense Nothing wrong, de Samuel Plante, con base en la siguiente justificación: “En Nothing wrong, Samuel Plante demostró una mano firme como director, logrando interpretaciones conmovedoras y sinceras de sus actores. La película presenta una perspectiva original sobre un tema complejo, evitando el melodrama. Y a pesar del sufrimiento y la culpa que plasma con fuerza en la pantalla, consigue una resolución luminosa, bien ganada. Nos sentimos privilegiados de poder premiar a este cineasta, en el inicio de lo que esperamos sea una larga carrera”. Basada en hechos reales, en Nothing wrong una joven mujer está en recuperación de su adicción a las drogas. Conoce y se hace novia de un hombre mayor que ella, a quien percibe como alguien ideal…hasta saberse (un año después) que el tipo, clandestina y conscientemente, está “enamorando” a la hermana pequeña de la chica, de apenas 14 años. Detona así un drama de familia que marca la vida de todos, fracturando además la relación entre las hermanas, puesto que la niña no percibe la “cercanía” del truhan como abuso, sino como un “noviazgo” también.
Ahora bien, con el pretexto de todo lo anterior, ¿qué más puedo decir aquí sobre el cine canadiense? De principio, que ostenta una filmografía rica, muy interesante, que incluye cintas de realizadores tan conocidos y celebrados como David Cronenberg, Denis Villeneuve, Atom Egoyan, Denys Arcand, Sarah Polley, Xavier Dolan y Paul Haggis, entre varios más. Yo siempre recuerdo Dulce porvenir (The sweet hereafter; 1997), de Egoyan, filmada con distancia y objetividad desarmantes; pocas veces antes una película ha explorado tan bien las heridas del alma y su definitiva imposibilidad de cicatrizar. A partir de una tragedia –la muerte de varios niños al accidentarse un autobús escolar– Atom Egoyan bordó una desnuda reflexión sobre la condición humana en situación de extrema o irreversible crisis. Otro de sus films en mi memoria es El Filo de la Inocencia (Felicia’s journey; 1999). Puesto que Egoyan suele contar historias acerca de heridas indelebles de la niñez, no sorprende su automática afinidad con el material de la novela homónima de William Trevor, sobre una adolescente embarazada que viaja de Irlanda a Inglaterra para buscar a su novio (padre del bebé por nacer), que en el transcurso se relaciona con un tipo que se ofrece a ayudarla, ocultando siniestras intenciones. No olvido algo que, hace ya mucho, escuché o leí em torno a ella: “Aquí no hay villanos: sólo víctimas que merecen serlo y víctimas que no lo merecen”.
De Xavier Dolan tengo en la cabeza Tom en el granero (Tom at the farm; 2013), igual que Mommy (2014), ganadora en Cannes del Premio del Jurado, y que presume decenas de reconocimientos internacionales más. Mommy versa sobre una viuda que, sola, debe hacerse cargo de su hiperactivo, violento hijo adolescente, cuyos peligrosos arranques le tienen al borde de sanciones por delincuencia juvenil. Y desde luego, infaltable, hay que mencionar a David Cronenberg, conocido en algunos círculos como El Barón de la Sangre, que en los 80s se hizo más que célebre con títulos como Cuerpos invadidos (Videodrome; 1983), Zona muerta (The dead zone; 1983) y Una vez en la vida (Dead ringers; 1988). Además, tengo presente Promesas peligrosas (Eastern promises; 2007), en torno al clan de la mafia rusa conocido como Vory V Zakone, que por entonces resonó en la ceremonia del Oscar por la nominación a Viggo Mortensen en la categoría de actor estelar. Canadá pues, damas y caballeros, destacándose en el JDIFF por el merecido premio a Nothing wrong.