Algunas veces, una película aparentemente “pequeña”, sin alardes y de la que se sabe poco y nada, te atrapa, te conmueve, incluso sin ser una producción apantallante de lo más depurada. A mi juicio, es el caso de la indie Lo siento, cariño (Sorry, baby), ópera prima de Eva Victor, nacida en París pero llegada a EEUU con apenas 1 año de edad. La protagonista es Agnes (la propia Victor), joven profesora universitaria de Literatura, quien pocos años antes, siendo estudiante de Maestría, sufre un ataque sexual, justo de su asesor de tesis. Sobra decir que eso le cambia la vida, lo cual se narra –el antes, durante y después de la agresión– de forma capitular y acronológica. Es pues por esas etapas que Agnes transita y se nos revela, como una mujer siempre en los umbrales de la fragilidad y el trauma, que sin embargo encuentra espacios y fuerza para seguir adelante, aunque sin superar ni trascender el impacto que lleva en ella. Será acaso hasta la escena final (frente a un interlocutor inesperado) que Agnes acierte a procesar/verbalizar, con claridad y hondura, los sentimientos, las heridas, de su dolorosa experiencia, liberándose por añadidura –un poco al menos– del peso, del aturdimiento, de la carga, de ese omnipresente sino trágico.
Al centro, Lo siento, cariño es un film sobre una mujer que busca moverse, seguir hacia adelante, a pesar del golpe recibido. Para eso, Agnes se sostiene casi únicamente en ella misma, con pasajes de más y menos suerte. No se trata pues de otro affaire de “crimen y castigo”, que es hacia donde más apuntan casos como el padecido por Agnes. Sin duda un debut muy afortunado, de seguro oficio, de Eva Victor, quien en medio del drama referido se las arregla para encontrar ternura, serenidad, humor incluso, que hacen a Lo siento, cariño una película mejor, diferente, más sensible, claramente más de personaje que de eventos. En el cast la acompañan, principalmente, Naomi Ackie (Lydie, la mejor amiga de Agnes), Lucas Hedges (Gavin, su vecino), Louis Cancelmi (el tutor agresor) y John Carroll Lynch (notable como Pete, el desconocido ocasional que entiende y arropa a Agnes durante un ataque de pánico). Lo siento, cariño viene de ganar el premio de la Sociedad de Críticos de Seattle, en el Festival Internacional de dicha ciudad, así como el premio a Guion Dramático Estadounidense (de la propia Victor), en el Festival Sundance. Exhibe en salas.
Por otra parte, para quienes prefieren acudir a plataformas, vale la pena buscar en Netflix Sueños de trenes (Train dreams), 2º largometraje como director de Clint Bentley, coguionista de la celebrada Las vidas de Sing Sing (Sing Sing; 2023), que en su momento recibió tres nominaciones al Oscar. Ubicada en la Norteamérica rural de principios del siglo XX, en Sueños de trenes una voz en off (recurrente a lo largo de la película) nos presenta al pequeño Robert Grainier, quien nunca supo quiénes fueron sus padres, ni cómo los perdió, ni por qué creció básicamente solo, moviéndose (azarosamente) de un destino a otro. Corte a: un Grainier ya adulto (Joel Edgerton) –solitario, silencioso y tímido– a quien de la nada, para presentarse, le extiende la mano Gladys (Felicity Jones), la mujer que será el gran amor y sentido (por fin) de su vida. A partir de ahí, ambos eligen una vida juntos apartada e idílica, sólo pausada por los viajes de Robert rumbo a sus duros trabajos como leñador y constructor de vías ferroviarias, para su sustento. Así sus días, hasta irrumpir la tragedia. Sueños de trenes es un sereno, pero resonante retrato de personaje, sensiblemente expuesto en un itinerario de vida, cambiante como suele pasar: no tienes rumbo, buscas, encuentras, transitas y…en ocasiones pierdes. Si tu destino lo marca, adoleces de nuevo, para otra vez encarar la necesidad esencial de buscar, reencontrar, transitar, deseando ya no perder. Pero claro, diagramarlo es fácil; lograrlo, no. Abrumado y de nuevo en soledad, Grainier no es consciente de que íntimamente anhela esa nueva oportunidad de renacimiento y sentido, que ni sospecha desear. Un film callado, emotivo, valioso, que bien vale la pena.

