LO MEJOR DEL 2025: 2ª MIRADA

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Alfredo Naime

Hacia el balance de lo que más me gustó del año fílmico 2025, la semana pasada señalé ya cuatro películas: Aún estoy aquí, de Walter Salles; Eddington, de Ari Aster; La vida de Chuck, de Mike Flanagan y Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson. Las 5ª y 6ª que debo apuntar son Frankenstein, de Guillermo del Toro, y Un simple accidente, de Jafar Panahi. A Frankenstein la comenté aquí hace muy poco, a partir de su muy conocida historia, relativa al proyecto culmen de un médico y científico obsesionado con dar vida a una creatura ensamblada de partes y órganos de cadáveres diversos. Las cosas se salen de control, con nefastas consecuencias. Adaptación notable, el relato de del Toro tiene menos que ver con el perdón, que con perdonar como verbo. Guillermo se apropia de suficientes rasgos para hacerlo genuinamente personal, pero sin traición a lo esencial concebido por Mary Shelley. La realización es impecable en todas sus facetas, con al menos una decena de planos, e innumerables momentos, de belleza y fuerza descomunal.

Por su parte, el conflicto de Un simple accidente parte del drama de una backstory. En Irán, tras de un leve accidente nocturno de carretera, una familia pide ayuda en un establecimiento para reparar su auto. Es cuando Vahid, dueño del local, cree reconocer al padre de ese clan como el hombre que, años atrás, lo torturó y arruinó su vida (igual que la de muchos otros) por ser opositores del régimen. Ávido de venganza, Vahid decide secuestrar al tipo –quien encendidamente niega todo– para enterrarlo vivo. Pero un instante antes lo acosan las dudas: ¿y si está equivocado y, en efecto, ese hombre no es aquel infame? Las horas siguientes serán pues –para Vahid y para otras víctimas a las que involucra– un viacrucis de indecisión e incertidumbres. El director Panahi aprovecha estos eventos –la trama puntual– para señalar, con enojo y dureza (pero al final del día, también con humanismo), los rasgos de represión y corrupción que han sido queja en su país (la historia de fondo). Como siempre, su estilo es directo y austero, con la precisión requerida por una necesaria, palpable autenticidad.

Este intento de balance impone incluir Anora, de Sean Baker, y Cónclave, de Edward Berger. Suena “antiguo”, porque mucho se habló de ellas desde el año pasado, pero una mayoría de cinéfilos las vimos hasta comenzar el 2025. Sobre Anora, su protagonista es Ani, una desnudista de Nueva York. Ahí conoce a Vanya, cliente borrachín e inmaduro, hijo de un poderoso oligarca ruso. Contrata a Ani para tener relaciones, y eventualmente se la lleva a Las Vegas. En ese reventón, entre la euforia de la diversión y los tragos, Vanya le ofrece matrimonio, e impulsivamente Ani acepta. Así que se casan legalmente; sólo que cuando la noticia llega a Rusia, los millonarios padres de Vanya de inmediato emprenden viaje para anular el matrimonio, a partir de sus influencias. Pero Ani va a dar la batalla. En Anora, los enredos y situaciones funcionan siempre: en la vorágine y en la calma, en modo Ani, en modo Vanya, y desde luego, en modo Ani-Vanya. Cinta provocadora, subversiva, superlativamente actuada; una suerte de cuento de hadas en el que el hechizo se rompe no al besar al sapo –que se hace príncipe– sino al contrario, cuando el príncipe se comporta como sapo. Por su parte, Cónclave, tratada como thriller, arranca a la muerte de un Papa, lo cual detona el hermético proceso de sucesión, con las aristas de los protocolos de selección –por parte del Colegio Cardenalicio– volviéndose centro de disputas, secretos e intrigas que desestabilizan no sólo la votación, sino también, seriamente, los preceptos vaticanos, e incluso ciertos pilares fundamentales de la Iglesia Católica misma. Un film extraordinario, acaso de cierta levedad en dos o tres momentos que, me parece, ameritaban un impacto más profundo. (La próxima semana, en este espacio, la 3ª y última mirada relativa al mejor cine del 2025. ¿Alcanzará a colarse Nouvelle vague?).

Alfredo Naime

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