Con motivo de la muerte de Juan Molinar, en este momento electoral con instituciones tan devaluadas, he estado recordando aquel IFE que organizó la elección intermedia en 1997 y la presidencial del año 2000. No lo sabíamos entonces, pero México vivía el mejor momento de su vida democrática moderna.
No era una institución perfecta ni la integraban personas sin tacha ni errores, pero nunca antes habíamos tenido -ni tuvimos después- otra equiparable. El tiempo demostró que aquellos consejeros tenían simpatías partidarias y también ambiciones políticas, varios se integraron a organizaciones diversas e hicieron carrera con mayor o menor éxito. Pero yo creo que en su desempeño entonces fueron competentes y cumplieron con su deber. Dos de aquellos ciudadanos han muerto, Alonso Lujambio y el mencionado Juan Molinar, los que militaron en el PAN. Viven José Woldenberg, Jaime Cárdenas Gracia, Mauricio Merino, Emilio Zebadúa, Jesús Cantú, José Barragán y Jaqueline Peschard, si no recuerdo mal. Todos han desempeñado cargos posteriores sin que nadie les haya reprochado su paso por el IFE.
Es cierto que en aquellas elecciones coincidieron factores que ayudaron a tener procesos democráticos aceptables porque el país venía de momentos difíciles y violentos como el fraude electoral de 1988, los asesinatos del Cardenal Posadas, de Colosio y de Ruíz Massieu y el llamado ´error de diciembre´, de graves consecuencias en la economía; también, que había ganas de sacar al PRI del poder y que el presidente Zedillo no tenía una concepción política de su cargo sino que se veía- y se portaba- como el gerente de una empresa llamada México. Esas circunstancias y un organismo eficiente para organizar las elecciones -que resultaron legítimas- nos hicieron pensar en la posibilidad de una transición a una democracia verdadera.
Claro que después vino la traición de Vicente Fox, pusilánime y corrupto, y el sueño se esfumó. De entonces para acá, México se desmorona. Pero fue un momento esperanzador.
El INE de hoy, mediocre y avalador de tranzas no es digno heredero de aquel que no fue perfecto pero fue decente.