El 18 de junio de 1940, hace hoy setenta y cinco años, dos patriotas que serían determinantes en el destino de sus respectivas naciones, pronuncian sendos discursos, en diferentes escenarios, que fueron un exhorto a despertar los más grandes valores patrios en momentos de fracaso y desesperanza.
Acababa de producirse la derrota de las tropas francesas, que junto con las belgas y las inglesas, habían sido arrasadas por el ejercito alemán y que fueron arrinconadas en Dunkerque, puerto de la costa norte de Francia, donde, con gran costo de vidas y recursos militares, apenas pudieron ser rescatadas por una operación marítima de escala extraordinaria bautizada como «Dinamo». Una gran cantidad de soldados ingleses y franceses, alrededor de treinta y cinco mil, habían caído prisioneros y el gobierno francés había decidido rendirse, tratando de salvar algo del desastre militar. Todo hacía presagiar una victoria alemana contundente y total, que sometería al dominio nazi a Europa occidental.
Pero dos líderes se opusieron a esta fatalidad y llamaron a la defensa de su respectiva Patria, convocando a la resistencia y el sacrificio hasta lograr la victoria y la libertad de sus naciones.
Desde Londres, el general francés Charles de Gaulle desconoció el armisticio acordado por su gobierno, presidido por el héroe de la primera guerra, Mariscal Pétain, y en un discurso transmitido por la BBC, la radio británica, que pasaría a la historia como el «Llamamiento del 18 de junio», hace un llamado a la resistencia y advierte que la guerra será larga, de alcance mundial, pero que Francia saldrá victoriosa y libre. Así fue.
Winston Churchill, por su parte, pronuncia el que para muchos es su mejor discurso ante el Parlamento, que sería conocido como «The finest hour», «La mejor hora» en traducción al español, donde hace un llamado a resistir a costa de cualquier sacrificio, en ese momento en que parecía inminente una invasión alemana a Inglaterra imposible de contener. En ese discurso dice «si el Imperio Británico dura mil años, los hombres del futuro dirán: aquella fue su mejor hora». Ya había pronunciado otros famosos discursos, el 13 de mayo aquel en que dijo «solo puedo prometer sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor» y el 4 de junio el de, mutatis mutandis, «pelearemos en las playas, en los campos, en las colinas, en las calles de nuestras ciudades, no nos rendiremos nunca y al final prevaleceremos».
Todos los pueblos de la tierra, lo demuestra la Historia, son capaces de sobreponerse al infortunio, de sobrevivir en las peores circunstancias, de vencer a los enemigos más poderosos; solo necesitan el liderazgo de patriotas que despierten los mejores sentimientos nacionales. En este momento en México tenemos identificados a los enemigos de nuestro pueblo: la corrupción, la impunidad, la ignorancia, la injusticia. Nos falta el impulso para derrotarlos y el líder capaz de conducirnos a la victoria, entendida como paz, justicia, igualdad social, educación. No lo veo en el horizonte próximo.